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Guerra en Ucrania (Declaración de la Tendencia Comunista Internacionalista)
(28 de febrero 2022)
Reproducimos aquí y hacemos nuestra la Declaración internacional que la Tendencia Comunista Inernacionalista (TCI) acaba de adoptar. Ante la guerra imperialista, la afirmación y la defensa del internacionalismo proletario consecuente – es decir, hasta el derrotismo revolucionario contra “ su ” propia burguesía – es la primera tarea de las minorías comunistas. El hecho de que en esta ocasión podamos hablar con una sola voz no puede sino fortalecer el campo internacionalista – su unidad de clase – y su alcance en las filas proletarias. Pero, sobre todo, queremos apoyar las orientaciones generales, pero no por ello menos concretas, que la TCI plantea y que nosotros, por nuestra parte, no dejamos de plantear porque corresponden a lo que está en juego en la situación histórica actual y a su curso, que están fundamentalmente determinados por la alternativa de la revolución proletaria internacional o la guerra imperialista -y nuclear – generalizada.
La crisis y la guerra que se alimentan mutuamente “ están creando un terreno fértil para el resurgimiento de la guerra de clases. ”, dicen los compañeros con razón. Paralelamente, o más precisamente en estrecha relación con esta perspectiva, los revolucionarios debemos “ dedicar nuestras energías a construir el partido revolucionario internacional para que este pueda llevar sus tácticas y estrategias a la clase obrera en general. ” Con ello, la defensa unida del internacionalismo proletario y la consigna del derrotismo revolucionario se convierten, y deben convertirse, en un momento de la lucha por el partido comunista de mañana. Por eso también apoyamos y hacemos nuestra la Declaración de la TCI.
Guerra en Ucrania: Rivalidad imperialista en una crisis económica mundial
¡Ninguna guerra salvo la guerra de clases! ¡Ni la OTAN ni Putin!
(Declaración de la Tendencia Comunista Internacionalista)
La guerra en Ucrania continúa. A pesar de que hubiesen algunas vacilaciones por parte de Alemania, Francia e Italia, Putin calculó que Estados Unidos (OTAN) y los aliados occidentales no renunciarían a sus sanciones económicas y financieras, ni reconocerían la adquisición de Crimea por parte de Rusia a través de un ’referéndum’. Más importante aún, reconoció el deseo de Biden (junto con Zelensky) de incorporar a Ucrania a la OTAN. Si eso sucediera, Rusia tendría los misiles en su patio trasero. Era un riesgo que Putin no estaba dispuesto a asumir, no solo por el bien de la seguridad nacional, sino también para mantener su presidencia ’de por vida’, así como el papel de Rusia como proveedor de gas y petróleo de Europa. Por último, pero no menos importante, Putin no quiere que parezca que ha perdido en todos los ámbitos sin siquiera dar la pelea. El Plan A consistía en utilizar ’armas’ diplomáticas junto con la disuasión militar (movimiento de tropas en las fronteras de Ucrania) para asustar al gobierno de Zelensky mientras empujaba a las dos repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk en el Donbas, con sus puertos estratégicos en el mar de Azov y ricas minas de carbón, hacia la autodeterminación.
El Plan B (la invasión real de Ucrania) se puso en práctica dramáticamente cuando todas las suposiciones del plan A fallaron debido a la respuesta negativa de Biden a todas las demandas de Putin. Además, aunque es marginal a la competencia estratégica entre los dos imperialismos, también debemos recordar que el presidente estadounidense está en el umbral de las elecciones de mitad de período y sus índices de aprobación están considerablemente bajos. Por lo tanto, empujar a Rusia a este acto ’extremo’ es una especie de victoria que inevitablemente acercará a la vieja Europa, alejándolos del chantaje energético ruso (con más ventas de gas estadounidense a partir del fracking) y acercándolos a los EE. UU. a la medida que sus vínculos militares dentro de la OTAN se van reforzando. Pero al mismo tiempo, esto obliga a Rusia a ampliar sus crecientes vínculos con China. Los enfrentamientos imperialistas son ahora, por tanto, muchísimo más peligrosos.
Estamos narrando una guerra que fue ampliamente anticipada y que el simple sentido común podría haber evitado. Pero el sentido común no es una categoría económica. No pertenece a los intereses inherentes de los imperialistas en cuestión, intereses que, de lograrse, muy posiblemente pueden conducir a la guerra. Tampoco rige el sentido común el accionar de un capitalismo cada vez más en crisis, y mucho menos del imperialismo en su conjunto que inevitablemente asume formas agresivas.
Una nueva etapa histórica
En esta fase histórica tenemos que lidiar con tres aspectos que forman parte dramática de toda guerra, sea o no en el Medio Oriente, ya sean guerras petroleras, conquistas estratégicas o guerras de poder.
El primer aspecto tiene que ver con la falta de un movimiento político lo suficientemente fuerte capaz de contrarrestar las crisis del capitalismo y las guerras subsiguientes que son la ’solución’ temporal a sus contradicciones. Las organizaciones revolucionarias dispersas no son, por el momento, un referente político lo suficientemente fuerte como para plantear una alternativa a la barbarie del capitalismo.
El segundo aspecto está indisolublemente ligado al primero. En ausencia de un partido político revolucionario, en ausencia de una movilización de masas contra la guerra y las crisis del capitalismo que generan las guerras y la ideología de la clase dominante que las justifica, la masacre de los proletarios, los trabajadores asalariados, utilizados como instrumentos de guerra ellos mismos, se convierte en una consecuencia inevitable.
El tercer punto trata con las armas que utiliza la burguesía para obligar a las masas obreras—cuya fuerza de trabajo en tiempos de paz es explotada hasta la última gota—a convertirse en “carne de cañón” en tiempos de guerra. De alguna manera las masas se acomodan a los intereses del capital que son, por definición, opuestos a los suyos. Estas armas son muchas y variadas: van desde el uso de la religión organizada, la idea de ’exportar la democracia’ para derrocar dictaduras que, paradójicamente, los mismos poderes han financiado y apoyado políticamente, cuando no armado hasta los dientes hasta ese momento. Por último, pero no menos importante, el imperialismo juega la carta nacionalista. En este caso, el nacionalismo viene en el sabor de la ’Gran Rusia’. Antes de la guerra el juego había funcionado perfectamente. Putin siempre ha apelado a la unidad del pueblo eslavo de la ’Gran Rusia’ como un solo grupo étnico bajo una sola patria simbólica. Rusos, bielorrusos y ucranianos, hasta los levantamientos de Maidan (2014) que acabaron con el prorruso Yanukovych, eran hermanos de sangre de Putin. Debían ser tratados como parte de un nacionalismo étnico tan falso como su promotor, pero que funcionaba en interés del imperialismo ruso.
Una vez que comenzó la guerra, la carta nacionalista se utilizó para las poblaciones de habla rusa de Donbas, incitándolas a separarse de Ucrania con el apoyo militar de la ’Madre Patria Rusa’ para castigar a la Ucrania renegada.
Las potencias de la OTAN han respondido con mayores sanciones con el objetivo de avergonzar aún más a Rusia, pero al hacerlo también podrían avergonzar a miembros importantes como Alemania, Francia e Italia. El secretario de la OTAN, Stoltenberg, amenaza con intervenir militarmente si un país aliado se ve amenazado. Mientras tanto, el eje Moscú-Beijing se ha fortalecido. Las sanciones petroleras sobre Nordstream 2 serían reemplazadas por las exportaciones de petróleo y gas de Rusia a China y el proyecto chino de la ’ruta de la seda’ continuaría teniendo a la propia Rusia como una de sus terminales.
La respuesta revolucionaria
Estos son hechos engendrados por el imperialismo. Sus movimientos, sus objetivos. No hay elección para los revolucionarios. No apoyamos a la OTAN por la defensa de una falsa libertad democrática. No apoyamos a Rusia en nombre de intereses estratégicos vitales o nostalgia ideológica que quisiera revivir las glorias de un socialismo inexistente a pesar de una primera, única e inspiradora revolución proletaria en 1917. Sin embargo, ya en la década de 1920, debido al fracaso de la revolución internacional, esta última fue aislada y derrotada. En este sentido, no debe olvidarse que existen franjas de pseudocomunistas e izquierdistas en todo el mundo quienes les ’van’ a Rusia cuando las fuerzas imperialistas llegan a las manos, simplemente porque se oponen al imperialismo estadounidense. Nunca preguntan qué es Rusia hoy, ni plantean la cuestión del internacionalismo y de la lucha de clases, y su posible reactivación. En cuanto a las perspectivas de la clase obrera internacional, actualmente las cosas no van bien. Aunque las huelgas están aumentando, son pocas y distantes entre sí. Muchos son seccionales y, por lo tanto, los sindicatos les impiden desarrollar fácilmente un cuestionamiento más profundo sobre el capitalismo en crisis. Existen organizaciones políticas capaces de proponer significativamente una alternativa social al capitalismo, pero aún no tienen la fuerza para afectar a la clase trabajadora en general que, en este momento, tolera pasivamente la ideología dominante de sus respectivas burguesías nacionales. Pero la crisis continúa. Su impacto ya está creando una nueva ola de ataques contra trabajadores en todas partes del mundo. Estos ataques y el creciente peligro de una guerra total están creando un terreno fértil para el resurgimiento de la guerra de clases.
Nuestra respuesta revolucionaria a la barbarie del imperialismo es y así luchar contra el puño mortal del nacionalismo, el renacimiento de la ideología democrático-burguesa, y falsos mitos “socialistas” (tal como la posibilidad del “socialismo en un solo país”). De esta manera, la clase obrera internacional podrá emprender el camino revolucionario hacia el verdadero socialismo contra todos los explotadores capitalistas, todos los imperialismos y sus guerras. Mientras tanto, el imperialismo solo nos ofrece más tragedias bárbaras: guerras, hambrunas, muerte, limpieza étnica y genocidio, refugiados en busca de un mundo mejor que no existe pero que aún debe construirse. Esta es la tarea de la clase obrera mundial. Nuestra guerra es la guerra de clases para librar al mundo de estas atrocidades.