Revolución o Guerra n°16

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La verdadera lucha contra el racismo es la lucha contra el capitalismo.

A continuación, reproducimos el texto de Lenin sobre la Actitud del partido obrero hacia la religión. El lector se sorprenderá al encontrar un texto histórico, que debería encontrarse en la sección ’Textos del movimiento obrero’ de nuestra revista, justo después de nuestra posición sobre las manifestaciones antirracistas en los Estados Unidos y en el mundo; justo después de nuestra denuncia de la recuperación política e ideológica de estas manifestaciones cuando no estaban directamente organizadas, por las fuerzas burguesas de la izquierda y del izquierdismo, y de la campaña antirracista y democrática a la que estas manifestaciones dieron lugar muy rápidamente. Para ayudar a la comprensión, invitamos al lector que dude de nuestra posición sobre la cuestión del racismo y el antirracismo, una versión moderna y peculiar de la falsa, porque en el terreno burgués, oposición fascismo-antifascismo, dictadura-democracia, a sustituir las palabras ’religión’ por ’racismo’, ’ateísmo’ por ’antirracismo’, y ’socialdemócrata’ por ’comunista’, y a reflexionar seriamente sobre la argumentación y la posición planteadas por Lenin. Huelga decir que vale igual para la cohorte de aquellos, sobre todo en América del Norte, que al descubrirla, hacen de la reivindicación de la Izquierda Comunista la última moda y confunden sus posiciones revolucionarias de clase con la frase anarquista radical y el immediatismo izquierdista. Corresponde a las organizaciones históricas de la Izquierda Comunista reducirlos a más modestia política, menos frases o posts, pero a más reapropiación histórica en relación con la lucha clasista del proletariado internacional.

Hemos eliminado los pasajes del artículo que se referían a la situación específica de 1909, en particular cuando Lenin argumentaba contra el oportunismo político dentro de la socialdemocracia de esa época en relación con la cuestión religiosa y el ateísmo tal como podía plantearse a diario en aquel entonces, así como sobre la situación específica de Rusia en ese momento. Por otra parte, otro tema igualmente importante, hemos dejado la última parte que ilustra la realidad de la fracción bolchevique de aquel tiempo, hecha de debates y enfrentamientos políticos en su propio seno, y la voluntad de llevar sus debates en todo el partido – el campo proletario de hoy – y públicamente con el fin de ayudar a la unidad política real del partido de la época. Nuestra política actual hacia el campo proletario no es, por lo tanto, un invento. Intenta ser parte de la tradición del movimiento obrero, y en particular de sus fracciones de izquierda. Que todas las fuerzas pro- partidistas del campo proletario de hoy también se inspiren en Lenin en este sentido.

Actitud del partido obrero hacia la religión (Lenin, 1909, extractos)

(…) La socialdemocracia basa toda su concepción del mundo en el socialismo científico, es decir, en el marxismo. La base filosófica del marxismo, como declararon repetidas veces Marx y Engels, es el materialismo dialéctico, que hizo suyas plenamente las tradiciones históricas del materialismo del siglo XVIII en Francia y de Feuerbach (primera mitad del siglo XIX) en Alemania, del materialismo incondicionalmente ateo y decididamente hostil a toda religión. Recordemos que todo el Anti-Dühring de Engels, que Marx leyó en manuscrito, acusa al materialista y ateo Dühring de inconsecuencia en su materialismo y de haber dejado escapatorias para la religión y la filosofía religiosa. Recordemos que en su obra sobre Ludwig Feuerbach, Engels le reprocha haber luchado contra la religión no para aniquilarla, sino para renovarla, para crear una religión nueva, ’sublime’, etc. La religión es el opio del pueblo. Esta máxima de Marx constituye la piedra angular de toda la concepción marxista en la cuestión religiosa. El marxismo considera siempre que todas las religiones e iglesias modernas, todas y cada una de las organizaciones religiosas, son órganos de la reacción burguesa llamados a defender la explotación y a embrutecer a la clase obrera.

Sin embargo, Engels condenó al mismo tiempo más de una vez los intentos de quienes, con el deseo de ser ’más izquierdistas’ o ’más revolucionarios’ que la socialdemocracia, pretendían introducir en el programa del partido obrero el reconocimiento categórico del ateísmo como una declaración de guerra a la religión. Al referirse en 1874 al célebre manifiesto de los comuneros blanquistas emigrados en Londres, Engels calificaba de estupidez su vocinglera declaración de guerra a la religión, afirmando que semejante actitud era el medio mejor de avivar el interés por la religión y de dificultar la verdadera extinción de la misma. Engels acusaba a los blanquistas de ser incapaces de comprender que sólo la lucha de clase de las masas obreras, al atraer ampliamente a las vastas capas proletarias a una práctica social consciente y revolucionaria, será capaz de librar de verdad a las masas oprimidas del yugo de la religión, en tanto que declarar como misión política del partido obrero la guerra a la religión es una frase anarquista. Y en 1877, al condenar sin piedad en el Anti-Dühring las más mínimas concesiones del filósofo Dühring al idealismo y a la religión, Engels condenaba con no menor energía la idea seudorrevolucionaria de aquél sobre la prohibición de la religión en la sociedad socialista. De clarar semejante guerra a la religión, decía Engels, significaria ’ser más bismarckista que Bismarck’, es decir, repetir la necedad de su lucha contra los clericales (la famosa ’lucha por la cultura’, Kulturkampf, o sea, la lucha sostenida por Bismarck en la década de 1870 contra el Partido Católico Alemán, el partido del ’Centro’, mediante persecuciones policíacas del catolicismo[3]. Lo único que consiguió Bismarck con esta lucha fue fortalecer el clericalismo militante de los católicos y perjudicar a la causa de la verdadera cultura, pues colocó en primer plano las divisiones religiosas en lugar de las divisiones políticas, distrayendo asi la atención de algunos sectores de la clase obrera y de la democracia de las tareas esenciales de la lucha de clase y revolucionaria para orientarlos hacia el anticlericalismo burgués más superficial y engañoso. Al acusar a Dühring, que pretendia aparecer como ultrarrevolucionario, de querer repetir en otra forma la misma necedad de Bismarck, Engels requería del partido obrero que supiese trabajar con paciencia para organizar e ilustrar al proletariado, para realizar una obra que conduce a la extinción de la religión, y no lanzarse a las aventuras de una guerra política contra la religión. Este punto de vista arraigó en la socialdemocracia alemana, que se manifestó, por ejemplo, a favor de la libertad de acción de los jesuitas, a favor de su admisión en Alemania y de la abolición de todas las medidas de lucha policíaca contra una u otra religión. ’Declarar la religión un asunto privado’: este famoso punto del Programa de Erfurt (1891) afianzó dicha táctica política de la socialdemocracia. (...)

Pero quienes sean capaces aunque sea en grado minimo, de enfocar con un mínimo de seriedad el marxismo, de profundizar en sus bases filosóficas y en la experiencia de la socialclemocracia internacional, verán con facilidad que la táctica del marxismo ante la religión es profundamente consecuente y que Marx y Engels la meditaron bien; verán que lo que los diletantes o ignorantes consideran vacilaciones es una conclusion directa e ineludible del materialismo dialéctico. Constituiría un craso error pensar que la aparente ’moderación’ del marxismo frente a la religión se explica por sedicientes razones ’tácticas’, por el deseo de ’no espantar’, etc. Al contrario: la línea política del marxismo está indisolublemente ligada a sus principios filosóficos también en esta cuestión.

El marxismo es materialismo. En calidad de tal, es tan implacable enemigo de la religión como el materialismo de los enciclopedistas del siglo XVIII o el materialismo de Feuerbach. Esto es indudable. Pero el materialismo dialéctico de Marx y Engels va más lejos que los enciclopedistas y que Feuerbach al aplicar la filosofía materialista a la historia y a las ciencias sociales. Debemos luchar contra la religión. Esto es el abecé de todo materialismo y, por tanto, del marxismo. Pero el marxismo no es un materialismo que se detenga en el abecé. El marxismo va más allá. Afirma: hay que saber luchar contra la religión, y para ello es necesario explicar desde el punto de vista materialista los orígenes de la fe y de la religión entre las masas. La lucha contra la religión no puede limitarse ni reducirse a la prédica ideologica abstracta; hay que vincular esta lucha a la actividad práctica concreta del movimiento de clases, que tiende a eliminar las raíces sociales de la religión. ¿Por qué persiste la religión entre los sectores atrasados del proletariado urbano, entre las vastas capas semiproletarias y entre la masa campesina? Por la ignorancia del pueblo, responderán el progresista burgués, el radical o el materialista burgués. En consecuencia, ¡abajo la religión y viva el ateísmo!, la difusión de las concepciones ateístas es nuestra tarea principal. El marxista dice: No es cierto. Semejante opinión es una ficción cultural superficial, burguesa, limitada. Semejante opinión no es profunda y explica las raíces de la religión de un modo no materialista, sino idealista. En los países capitalistas contemporáneos, estas raíces son, principalmente, sociales. La raíz más profunda de la religión en nuestros tiempos es la opresión social de las masas trabajadoras, su aparente impotencia total frente a las fuerzas ciegas del capitalismo, que cada día, cada hora causa a los trabajadores sufrimientos y martirios mil veces más horrorosos y salvajes que cualquier acontecimiento extraordinario, como las guerras, los terremotos, etc. ’El miedo creó a los dioses’. El miedo a la fuerza ciega del capital — ciega porque no puede ser prevista por las masas del pueblo —, que a cada paso amenaza con aportar y aporta al proletario o al pequeño propietario la perdición, la ruina ’inesperada’, ’repentina’, ’casual’, convirtiéndolo en mendigo, en indigente, arrojándole a la prostitución, acarreándole la muerte por hambre: he ahí la raíz de la religión contemporánea que el materialista debe tener en cuenta antes que nada, y más que nada, si no quiere quedarse en aprendiz de materialista. Ningún folleto educativo será capaz de desarraigar la religión entre las masas aplastadas por los trabajos forzados del régimen capitalista y que dependen de las fuerzas ciegas y destructivas del capitalismo, mientras dichas masas no aprendan a luchar unidas y organizadas, de modo sistemático y consciente, contra esa raíz de la religión, contra el dominio del capital en todas sus formas.

¿Debe deducirse de esto que el folleto educativo antirreligioso es nocivo o superfluo? No. De esto se deduce otra cosa muy distinta. Se deduce que la propaganda atea de la social-democracia debe estar subordinada a su tarea fundamental: el desarrollo de la lucha de clases de las masas explotadas contra los explotadores.

Quien no haya reflexionado sobre los principios del materialismo dialéctico, es decir, de la filosofía de Marx y Engels, quizá no comprenda (o, por lo menos, no comprenda en seguida) esta tesis. Se preguntará: ¿Como es posible subordinar la propaganda ideológica, la prédica de ciertas ideas, la lucha contra un enemigo de la cultura y del progreso que persiste desde hace miles de años (es decir, contra la religión) a la lucha de clases, es decir, a la lucha por objetivos prácticos determinados en el terreno económico y político?

Esta objeción figura entre las que se hacen corrientemente al marxismo y que testimonian la incomprensión más completa de la dialéctica de Marx. La contradicción que sume en la perplejidad a quienes objetan de este modo es una contradicción real de la vida misma, es decir, una contradicción dialéctica y no verbal ni inventada. Separar con una barrera absoluta, infranqueable, la propaganda teórica del ateísmo — es decir, la destrucción de las creencias religiosas entre ciertos sectores del proletariado — y el éxito, la marcha, las condiciones de la lucha de clase de estos sectores significa discurrir de modo no dialéctico, convertir en barrera absoluta lo que es sólo una barrera móvil y relativa; significa desligar por medio de la violencia lo que está indisolublemente ligado en la vida real. Tomemos un ejemplo. El proletariado de determinada región y de determinada rama industrial se divide, supongamos, en un sector avanzado de socialdemócratas bastante conscientes — que, naturalmente, son ateos — y en otro de obreros bastante atrasados, vinculados todavía al campo y a los campesinos, que creen en Dios, van a la iglesia e incluso se encuentran bajo la influencia directa del cura local, quien, admitámoslo, crea una organización obrera cristiana. Supongamos, además, que la lucha económica en dicha localidad haya llevado a la huelga. El marxista tiene el deber de colocar en primer plano el éxito del movimiento huelguístico, de oponerse resueltamente a la división de los obreros en esa lucha en ateos y cristianos y de combatir esa división. En tales condiciones, la prédica ateísta puede resultar superflua y nociva, no desde el punto de vista de las consideraciones filisteas de que no se debe espantar a los sectores atrasados o perder un acta en las elecciones, etc., sino desde el punto de vista del progreso efectivo de la lucha de clases, que, en las circunstancias de la sociedad capitalista moderna, llevará a los obreros cristianos a la socialdemocracia y al ateísmo cien veces mejor que la mera propaganda atea. En tal momento y en semejante situación, el predicador del ateísmo sólo favorecería al cura y a los curas, quienes no desean sino sustituir la división de los obreros según su intervención en el movimiento huelguístico por la división en creyentes y ateos. El anarquista, al predicar la guerra contra Dios a toda costa, ayudaría, de hecho, a los curas y a la burguesía (de la misma manera que los anarquistas ayudan siempre, de hecho, a la burguesía). El marxista debe ser materialista, o sea, enemigo de la religión; pero debe ser un materialista dialéctico, es decir, debe plantear la lucha contra la religión no en el terreno abstracto, puramente teórico, de prédica siempre igual, sino de modo concreto, sobre la base de la lucha de clases que se libra de hecho y que educa a las masas más que nada y mejor que nada. El marxista debe saber tener en cuenta toda la situación concreta, cncontrando siempre el límite entre el anarquismo y el oportunismo (este límite es relativo, móvil, variable, pero existe), y no caer en el ’revolucionarismo’ abstracto, verbal, y, en realidad, vacuo del anarquista, ni en el filisteísmo y el oportunismo del pequeño burgués o del intelectual liberal, que teme la lucha contra la religión, olvida esta tarea suya, se resigna con la fe en Dios y no se orienta por los intereses de la lucha de clases, sino por el mezquino y mísero cálculo de no ofender, no rechazar ni asustar, ateniéndose a la máxima ultrasabia de ’vive y deja vivir a los demás’, etc., etc.

Desde este punto de vista hay que resolver todas las cuestiones parciales relativas a la actitud de la socialdemocracia ante la religión. (...)

Por otra parte, la tradición de la guerra burguesa contra la religión creó en Europa una deformación específicamente burguesa de esta guerra por parte del anarquismo, el cual, como han explicado hace ya mucho y reiteradas veces los marxistas, se sitúa en el terreno de la concepción burguesa del mundo, a pesar de toda la ’furia’ de sus ataques a la burguesía. Los anarquistas y los blanquistas en los países latinos, Most (que, dicho sea de paso, fue discípulo de Dühring) y Cía. en Alemania y los anarquistas de la década del 80 en Austria llevaron hasta el nec plus ultra la frase revolucionaria en su lucha contra la religión.

Segundo, en Occidente, después de haber terminado las revoluciones burguesas nacionales, después de haber sido implantada la libertad de conciencia más o menos completa, la cuestión de la lucha democrática contra la religión quedó tan relegada históricamente a segundo plano por la lucha de la democracia burguesa contra el socialismo, que los gobiernos burgueses intentaron conscientemente desviar la atención de las masas del socialismo, organizando ’cruzadas’ quasi-liberales contra el clericalismo. Este carácter tenían también el Kulturkampf en Alemania y la lucha de los republicanos burgueses de Francia contra el clericalismo. El anticlericalismo burgués, como medio de desviar la atención de las masas obreras del socialismo, precedió en Occidente a la difusión entre los socialdemócratas de su actual ’indiferencia’ ante la lucha contra la religión. Y también esto es comprensible y legítimo, pues los socialdemócratas debían oponer al anticlericalismo burgués y bismarckiano precisamente la subordinación de la lucha contra la religión a la lucha por el socialismo. (...)

Los debates en la minoría demuestran que la discusión en torno al ateísmo le impidió ver el problema de cómo exponer correctamente la famosa reivindicación de declarar la religión un asunto privado. No acusaremos sólo al camarada Surkov de este error de toda la minoría. Más aún: reconocemos francamente que la culpa corresponde a todo el Partido por no haber explicado en grado suficiente esta cuestión, por no haber inculcado suficientemente en la conciencia de los socialdemócratas el significado de la observación de Engels a los oportunistas alemanes. Los debates en la minoría demuestran que eso fue, precisamente, una comprensión confusa de la cuestión y no falta de deseos de atenerse a la doctrina de Marx, por lo que estamos seguros de que este error será subsanado en las intervenciones subsiguientes de la minoría.

En resumidas cuentas, repetimos que el discurso del camarada Surkov es magnífico y debe ser difundido por todas las organizaciones. Al discutir el contenido de este discurso, la minoría ha demostrado que cumple a conciencia con su deber socialdemócrata. Nos resta desear que en la prensa del Partido aparezcan con mayor frecuencia informaciones acerca de los debates en el seno de la minoría, a fin de aproximar ésta al Partido, de darle a conocer la intensa labor que efectúa la minoría y de establecer la unidad ideológica en la actuación de uno y otra.

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