Revolución o Guerra

<p>Revista del Grupo Internacional de la Izquierda Comunista.</p>

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Plataforma política

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El GIIC, el 6 de diciembre 2021

La ruptura histórica provocada por la crisis económica capitalista iniciada en 2020, cuyas condiciones y momento preciso de estallido fueron fijados por la pandemia del Covid-19 sin que ésta fuera la causa, está marcada principalmente por la exacerbación de los antagonismos entre las clases y de las rivalidades imperialistas. En consecuencia, la alternativa "o revolución proletaria mundial o guerra imperialista generalizada" se impone, orienta y determina, en última instancia, el curso de los acontecimientos en el período actual que sólo pueden empeorarse. Ante este dilema histórico, es de suma importancia que las minorías comunistas reafirmen el programa comunista de la forma más enérgica y precisa posible y, para ello, actualicen sus plataformas políticas, las más recientes de las cuales datan de los años 1970 u 80 [1]. Esta actualización es necesaria para que puedan cumplir la tarea para la que el proletariado revolucionario las ha hecho nacer. En particular, los principios y las posiciones de estos documentos deben ser los más claros e inequívocos – aunque sólo sea porque constituyen la base de la adhesión de los miembros – para que sea lo más eficaz posible la elaboración y la aplicación de las orientaciones y consignas por parte de todos los militantes de los grupos comunistas de hoy, del partido de mañana, sobre la base de la mayor homogeneidad política, unidad y disciplina.

1) Primacía de la lucha por el partido político del proletariado

El Grupo Internacional de la Izquierda Comunista (GIIC) considera y define el conjunto de sus actividades internas – re-apropiación de las lecciones del movimiento comunista y elaboración de posiciones políticas – y externas – propaganda general, intervención en las luchas obreras y hacia otras fuerzas revolucionarias – en función y como momentos de la lucha por la constitución del partido mundial del proletariado.

Partiendo del principio de que "toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de luchas de clases", el Manifiesto del Partido Comunista establece ya en 1847 que "toda lucha de clases es una lucha política"’ [2]. El primer documento programático real elaborado por la teoría del proletariado revolucionario, el marxismo o el materialismo histórico, eleva esta lucha política de clases a la exigencia, también de principio, de la “organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido político” [3], convirtiendo este en una emanación de la propia clase. En 1864, los estatutos de la Primera Internacional, la Asociación Internacional de los Trabajadores, proclamaron que "la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos".

Lejos de ser opuestos y contradictorios, ambos principios, el de la organización en partido y el de la emancipación de los trabajadores por sí mismos, están estrechamente vinculados y son complementarios. Sólo el partido, porque está armado con la teoría revolucionaria y los principios del comunismo, puede indicar todo el camino que conduce a la emancipación, es decir, al comunismo, dirigiendo su marcha con determinación y fijando sus etapas con precisión. Sólo el conjunto del proletariado, sus grandes masas, haciendo suyas el conjunto de las consignas del partido, pueden realizarlas, en particular las de la insurrección obrera contra el Estado capitalista y del ejercicio de la dictadura del proletariado.

2) El campo proletario como lugar privilegiado del combate para el partido

Si la lucha por el partido político del proletariado está en el centro de sus actividades e intervenciones, el GIIC no es el partido. Es sólo un componente entre otros del campo proletario dentro del cual las fuerzas llamadas a formarlo se definirán, surgirán y se seleccionarán no en función de su crecimiento numérico en sí mismo, sino en función de sus programas, posiciones políticas y capacidades de intervención efectiva en las luchas proletarias. Pertenecen, en efecto, a este campo, las fuerzas y corrientes políticas que siguen reivindicando los principios del internacionalismo proletario"los trabajadores no tienen patria" – y de la dictadura del proletariado – "derrocando por la violencia todo el orden social existente" [4] – y que no los han traicionado en el pasado; que defienden la independencia y la oposición de clase del proletariado frente al capital y sus fuerzas políticas; que rechazan cualquier apoyo a tal o cual fracción burguesa – incluida la izquierda –, cualquier frentismo antifascista u otro, cualquier forma de nacionalismo, cualquier carácter supuestamente socialista de la antigua URSS estalinista; y que reconocen que, mucho más que la Comuna de París de 1871, la Revolución Rusa de 1917 fue la primera experiencia real del ejercicio de la dictadura del proletariado con valor universal.

Este espacio político proletario es, de hecho, el lugar privilegiado de confrontación y clarificación política entre las fuerzas y corrientes políticas de la clase, condición previa e indispensable para la elaboración y adopción de los principios y posiciones, el programa y la plataforma, del partido. Formado por grupos, círculos y organizaciones con diferentes posiciones y tradiciones políticas, su dinámica se define principalmente por la evolución de la relación de fuerzas, la oposición y la confrontación, entre lo que Lenin definía como fuerzas propartido y antipartido. Con la intervención en las luchas obreras, el campo proletario es el otro campo privilegiado de intervención y de lucha que el GIIC desarrolla con vistas al reagrupamiento de las fuerzas militantes y a la formación del partido.

3) El GIIC y la historia de los partidos políticos del proletariado

El GIIC se reinvidica de la Primera, Segunda y Tercera Internacional, cada una de las cuales fue en su momento un verdadero partido mundial del proletariado. Sus lecciones y logros teóricos y políticos forman parte del patrimonio del proletariado revolucionario y proporcionan el marco programático indispensable para cualquier grupo comunista de hoy, y del partido de mañana. La lucha de Marx y Engels contra los restos del socialismo utópico, la de las fracciones de izquierda – Rosa Luxemburgo y Lenin siendo sus figuras más destacadas – en el seno de la II Internacional y de los partidos de la socialdemocracia contra el revisionismo y el reformismo, y la, en el seno de la Internacional Comunista (IC), de las fracciones de la Izquierda Comunista internacional contra la teoría estalinista del "socialismo en un solo país" son parte integrante del corpus teórico y de principios del proletariado y del programa comunista.

Para fundar y hacer efectiva su lucha permanente por el partido, el GIIC se apoya en la continuidad del hilo que une las luchas de Marx y Engels en la Primera Internacional contra el anarquismo y el indiferentismo político, la de Lenin contra el economismo (su libro ¿Qué hacer?) hasta la de la llamada Izquierda Comunista italiana contra todas las formas de consejismo – la versión moderna del indiferentismo político y del economismo. Como fundador y dirigente del Partido Comunista de Italia en su fundación en 1921, y luego como fracción de izquierda del partido, la Izquierda italiana fue la única corriente que luchó de manera consecuente en el seno de la IC por la defensa de los principios comunistas que estaban siendo liquidados por la subida del oportunismo en el seno de la Internacional, primero en su forma zinovievista, luego en su forma estalinista, antes de que esta última se volviera abiertamente contrarrevolucionaria. Fue precisamente esta lucha abierta y frontal en el seno de la IC, y luego como fracción del PC de Italia, la que le permitió desarrollar las bases programáticas y políticas indispensables para el partido de mañana y que fundan la Izquierda Comunista de hoy.

Entre las diversas oposiciones y fracciones de izquierda en el seno de la IC, y luego las diversas corrientes de la Izquierda Comunista desde los años 30 hasta la actualidad, como la corriente de la llamada Izquierda germano-holandesa, el GIIC reconoce y reivindica la lucha exclusiva de esta llamada Izquierda italiana desde los años 20 hasta la actualidad.

Principios fundamentales

El GIIC lucha para que el partido se forme sobre la base de los siguientes principios:

4) El partido y la conciencia comunista

Del principio del Manifiesto según el cual "de todas las clases que en la actualidad se oponen a la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria" [5] y de las primeras experiencias proletarias, la teoría marxista dedujo que la organización y la conciencia – "unido por la asociación y guiado por el saber" (Manifiesto inaugural de la AIT, 1ª Internacional) – eran las dos armas principales de la lucha revolucionaria del proletariado.

La particularidad del proletariado en comparación con todas las demás clases revolucionarias del pasado es que es a la vez clase revolucionaria y clase explotada. Precisamente por ser la clase explotada por el capitalismo, y por tanto la última clase explotada de la historia, es clase revolucionaria. Como clase explotada y sin ningún poder dentro de la sociedad capitalista, salvo el de vender su fuerza de trabajo al capital, el proletariado está sometido a las “ideas de la clase dominante”, la ideología burguesa, aunque también es la clase “de la que nace la conciencia de que es necesaria una revolución radical, la conciencia comunista” (K. Marx, La Ideología Alemana) Sólo durante los raros períodos revolucionarios en los que el conjunto del proletariado lucha en masa, “engendrar en masa esta conciencia comunista” (ídem) o conciencia de clase, tiende – y sólo tiende – a producirse, es decir, a extenderse más o menos en las masas proletarias, a través de la experiencia de la propia lucha de clases y de la propaganda e intervención activa del partido – en su defecto, de los grupos comunistas.

Se desprende de esta comprensión teórica de la conciencia comunista que ésta tiene al menos dos dimensiones esenciales que cabe distinguir: su dimensión de profundidad, o contenido, y la de su extensión en las filas obreras. La primera es permanente y continua. Se materializa en el partido, si no en sus minorías, grupos y fracciones comunistas. “Teóricamente, [los comunistas] tienen la ventaja sobre el resto del proletariado de una clara inteligencia de las condiciones, del curso y de los fines generales del movimiento proletario.” (El Manifiesto) Esta distinción entre estas dos dimensiones de la conciencia comunista es aún más importante porque:

- supera y resuelve la aparente contradicción entre la sumisión del proletariado a los pensamientos dominantes de la clase dominante y su capacidad de producir una conciencia comunista;

- y sobre todo, integra esta conciencia como factor activo y determinante de toda la lucha histórica del proletariado, de todos sus momentos, desde los más bajos hasta los más altos, hasta la desaparición de las clases y el advenimiento de la sociedad comunista.

Por ello, el partido rechaza y lucha contra cualquier concepción que pretenda subestimar, o incluso negar, el papel activo de la conciencia comunista como producto y factor de la lucha histórica del proletariado. Hay, en particular, una tesis que subyace a este planteamiento y que debe combatirse permanentemente, porque resurge regularmente y en particular en los períodos de subida de las luchas proletarias. Es la comprensión y la posición políticas que reduce esta conciencia a ser sólo el producto – mecánico – de las luchas inmediatas del proletariado; que su desarrollo dependería de los flujos y reflujos de la lucha de clases; o que surgiría de estas luchas en los lugares de trabajo, o incluso del simple “campo de las relaciones entre obreros y patronos (…) desde dentro, por decirlo así, de su lucha económica”, como combatió Lenin en su tiempo (¿Qué hacer?). Tal visión hace de la conciencia comunista un elemento sólo determinado y nunca determinante, nunca un factor activo de la propia lucha de clases. Así, tiende a subestimar el papel activo y dirigente del partido, reduciendo a menudo su papel al de consejero o simple propaganda a la clase, cuando no rechaza sin más al partido como meramente contrarrevolucionario.

En consecuencia, el GIIC hace de la lucha contra las expresiones, directas o indirectas, dentro del campo proletario de esta visión, a saber, el economismo y el consejismo, una de sus prioridades.

5) Las tareas de dirección política del partido

El partido – o, en su defecto, las fracciones y grupos comunistas – es el lugar privilegiado donde se materializa, se elabora, se desarrolla, se defiende y se expresa esa conciencia comunista que sólo puede ser detenida por la minoría, más o menos reducida según la evolución de la lucha de clases, del proletariado que se ha alzado hasta ella. El partido de clase que reagrupa a esta minoría es, pues, su principal, si no el único, portador y su materialización. Por ello, como máxima expresión de esta conciencia, es una fracción de la clase obrera. Es la fracción más avanzada, más consciente y, por tanto, más revolucionaria de la clase obrera.

Así, el partido es el único órgano que puede conducir al proletariado a la insurrección victoriosa, a la destrucción del Estado capitalista y a la dictadura del proletariado. Por todo ello, su función no se limita a esperar la gran noche de la revolución a riesgo de ser pasivo e impotente el mismo día en que la insurrección se plantea. La lucha por la dirección política del proletariado es permanente y acompaña todo el curso de la lucha de clases, incluso en las luchas inmediatas y parciales, incluso en los períodos de retroceso y contrarrevolucionarios. Y lo seguirá siendo bajo la dictadura del proletariado hasta la desaparición de las clases y, por tanto, del propio partido. El partido, o los grupos comunistas, por estar armados con los principios y las posiciones de clase y en capacidad de comprender el curso de los acontecimientos y las relaciones de fuerza entre las clases, está en condiciones de definir las orientaciones y las consignas que permiten hacer que las luchas del proletariado sean lo más eficaces posible, incluso cuando el retroceso se impone, y así hacer que la clase resista de la mejor manera posible a los ataques cotidianos del capital, o se lance con éxito por la vía revolucionaria. De este modo, el proletariado toma conciencia del camino que debe seguir y la voluntad de hacerlo. Y gana confianza en su propia fuerza, es decir, en su capacidad de lucha y en la autoridad política de su partido. Así, las luchas proletarias y la acción del partido, vinculadas dialécticamente, se convierten en momentos y factores de la dinámica que conduce a la insurrección y a la dictadura de clase.

Las tareas del partido pueden resumirse como sigue: la batalla política contra la ideología burguesa bajo todas sus formas, incluidas las de la izquierda capitalista más radical; la propaganda de los principios comunistas y su continua elaboración en relación con las experiencias del proletariado; la participación activa en todas las luchas obreras, incluso por reivindicaciones inmediatas, como vanguardia política; la dirección de la insurrección obrera contra el Estado capitalista y el ejercicio de la dictadura del proletariado; y la dirección igualmente activa de la gestión del poder y la construcción del comunismo.

En las situaciones en las que la lucha directa contra el Estado capitalista y por la dictadura del proletariado no es todavía de actualidad, el partido debe desarrollar las tres primeras tareas en estrecha relación con su participación activa en las luchas del proletariado, incluso parciales e inmediatas. Al abordar estas tareas hoy, el GIIC pretende y lucha por asumir el papel de dirección política de las luchas proletarias cotidianas y desarrollar desde hoy una intervención de partido al nivel, todavía modesto, de sus fuerzas materiales y militantes, luchando al mismo tiempo por convencer a los demás componentes del campo proletario de la justeza de su intervención de partido.

6) El partido internacional centralizado

"¡Proletarios de todos los Países, uníos!” es la consigna con la que termina el Manifiesto. Como producto y factor de la lucha histórica del proletariado, el partido se organiza y funciona sobre la base de los mismos principios que rigen la lucha proletaria: el internacionalismo y el centralismo.

La unión internacional del proletariado es el primer objetivo y la primera condición para el advenimiento del comunismo. La revolución proletaria será internacional o no será. El programa comunista, que reúne todas las experiencias históricas del proletariado internacional, es en sí mismo internacional y universal. Hoy en día, el proletariado ya no tiene tareas nacionales específicas ni un programa mínimo o de transición que defender. En este sentido, las diferentes partes o secciones territoriales del partido, o las fracciones y grupos llamados a constituirlo, no son expresiones de tal o cual experiencia proletaria local o nacional, sino del conjunto del proletariado internacional. Defender que el partido se constituirá sobre la base de grupos o núcleos como expresiones de experiencias locales que se suman en su seno, es otra manifestación de la visión – del mismo orden que el economismo o el consejismo – que ve la conciencia de clase desarrollarse mecánicamente a partir de las luchas inmediatas. El partido internacionalista del proletariado se construye desde el principio como un partido internacional.

La centralización de la lucha proletaria – sea cual sea su nivel, local, nacional o internacional – es otra condición para realizar efectivamente la unión del proletariado. La dictadura del proletariado será la materialización efectiva de este centralismo proletario. Como fracción de la clase proletaria, el partido internacional del proletariado se rige por los mismos principios y su centralización es a su vez internacional. Para que el principio del centralismo se realice efectivamente en su seno, el partido y sus componentes deben estar realmente, es decir, políticamente, unidos y ser homogéneos. En este sentido, el centralismo y la unidad de acción, incluida la disciplina de partido, están estrechamente relacionados con la teoría, el programa y las posiciones políticas y, aún más, con la unidad entre los tres. Las normas que el partido adopta – los estatutos – y que forman parte de su plataforma política, no pueden reducirse a "límites que no deben ser superados" o a "carriles de seguridad" bordeando la carretera del partido que sus miembros no pueden cruzar. Constituyen, sobre todo, la línea central de conducta y funcionamiento interno que orienta e ilumina la acción del partido y de sus miembros en la medida en que esta línea de reglas se fundamenta y verifica en la unidad programática, política e incluso táctica del propio partido. La unidad de programa, principios y táctica se impone a todo el partido, incluido a sus órganos centrales dirigentes. Las orientaciones y decisiones adoptadas por estos órganos sobre la base de los mandatos que les otorga el partido en su conjunto son la expresión material concreta y la realización del centralismo internacional. Estas orientaciones y decisiones sólo pueden ser – para ser efectivas y realizables – el resultado del partido como un todo funcionando como una colectividad. Si la adhesión al partido es de carácter individual sobre la base de la convicción política y la voluntad militante, el militante individual ve superada su singularidad en la colectividad del partido, que es mucho más que la simple suma de los individuos que se adhieren a él. Armado con el programa y los principios comunistas, el partido internacionalista del proletariado se construye desde el principio como una organización internacional centralizada.

Considerándose a sí mismo como una expresión del proletariado internacional, el GIIC funciona e interviene como un grupo internacional centralizado, independientemente de sus ubicaciones reales y del tamaño de sus fuerzas militantes, y lucha dentro del campo proletario para convencer a sus otros componentes de que hagan lo mismo.

7) La teoría revolucionaria del proletariado

El partido basa su programa, sus principios, sus posiciones políticas y su acción en el materialismo histórico o dialéctico, el marxismo, que es la teoría revolucionaria del proletariado. Rechazando cualquier enfoque idealista, esta teoría es materialista en la medida en que basa su comprensión de la historia en la producción y reproducción de la vida real y en las contradicciones que surgen de ella. La contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción que caracteriza al capitalismo y de la que el proletariado expresa la antítesis histórica, genera la lucha de clases entre capital y trabajo. En este sentido, la economía considerada como la producción de la vida real no es el único factor de la historia, aunque sólo sea porque no se trata de relaciones entre cosas o mercancías, sino entre hombres, o más exactamente entre clases. Es sólo en última instancia que es su factor determinante. Entre otros factores, la dinámica de las diferentes luchas entre clases en el curso de la historia actúa a su vez sobre la marcha de la misma, hasta el punto de acelerar o ralentizar a veces el ritmo de desarrollo de las fuerzas productivas y de las relaciones sociales. Al rechazar cualquier visión materialista vulgar o mecánica, incluso fatalista, el determinismo marxista es, por tanto, también histórico y dialéctico. La aparición y la existencia de las clases están vinculadas a las fases históricas del desarrollo de la producción. Pero no son el simple producto pasivo o mecánico de este desarrollo. Son los hombres los que “hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado” (K. Marx, 18 Brumario)

El materialismo histórico proporciona el método y el único marco teórico para que las posiciones y los logros del proletariado se integren en un todo coherente. Al explicar la marcha de la historia a través del desarrollo de la lucha de clases y al reconocer al proletariado como la clase revolucionaria que debe abolir el capitalismo, es la única concepción que se sitúa realmente desde el punto de vista de esta clase. Dado que el proletariado es la primera y única clase cuya emancipación significa la abolición de toda explotación y la emancipación de toda la humanidad, su teoría revolucionaria es la única capaz de comprender la realidad social de forma objetiva y científica. Lejos de ser una especulación abstracta e idealista sobre la historia, es ante todo un arma de combate de la clase que el partido debe apoderarse, o reapropiarse, y defender enérgicamente contra todo intento de revisión – de revisionismo – y utilizar con rigor para poder intervenir con la máxima eficacia, como vanguardia y dirección políticas del proletariado, en la lucha de clases.

El GIIC trata de desarrollar la elaboración de sus posiciones políticas y su acción en la lucha de clases sobre la base del método del materialismo histórico y de los principios que éste, en un esfuerzo permanente y continuo, ha desarrollado a lo largo de la lucha histórica de la clase revolucionaria, el proletariado, del que hoy es una expresión entre otras.

8) El partido, la insurrección proletaria y la dictadura del proletariado

Sobre la base de la experiencia histórica, en particular de la Comuna de París de 1871 y de la Revolución Rusa de Octubre 1917, pero también del retroceso de la ola revolucionaria internacional de 1917-1927, el partido defiende y define sus orientaciones estratégicas y tácticas en función y con vistas a la realización de los principios de la insurrección obrera contra el Estado capitalista, la destrucción de éste y el ejercicio de la dictadura del proletariado. Sin la acción y la dirección del partido, como portador de la conciencia comunista y armado con la teoría revolucionaria, es imposible la victoria de la insurrección obrera y, con mayor razón, el ejercicio de la dictadura de clase. Acción y liderazgo políticos efectivos del partido no pueden ser decretados. Ambos son el resultado de la intervención decidida de la minoría comunista que es el partido y de la movilización en masa del proletariado, o del desarrollo de la relación de fuerzas entre las clases de la que el partido es un producto y un factor activo. Acción política y dirección efectivas del partido se realizan cuando el proletariado se apropia en masa, y luego pone en práctica, las orientaciones y las consignas del partido, de la insurrección propiamente dicha y de la dictadura de clase, pero también las de carácter táctico en el curso de las diferentes batallas que preparan el asalto insurreccional.

Sólo después de la insurrección victoriosa y de la desaparición del Estado burgués, el proletariado podrá organizarse como clase dominante bajo la dirección política de su partido. Esto se materializa en la organización unitaria, unitaria porque reúne a todos los proletarios, en consejos obreros o soviets basados en la movilización masiva y permanente de la clase como un todo. Lejos de ser una garantía organizativa en sí misma – no puede haber tal cosa –, lejos de cualquier fetichismo de organización de orden democrático o de la auto-organización, los consejos obreros sólo pueden mantenerse como organización unitaria del proletariado a condición de que se conviertan en órganos de la insurrección y en órganos de la dictadura de clase. En este sentido, la influencia del partido y su capacidad de dirigir al proletariado antes, durante y después de la propia insurrección y durante la dictadura de clase, se juega y verifica en la lucha que lleva a cabo en las organizaciones de masa del proletariado, para defender y mantener en ellas, la organización de los consejos, su carácter y su devenir insurreccional y dictatorial de clase; y ello contra la inevitable acción e intervención en estas mismas organizaciones unitarias de las fuerzas burguesas contrarrevolucionarias en medio obrero.

Los principios y la perspectiva de la insurrección proletaria y de la dictadura del proletariado también guían y definen las orientaciones y las intervenciones de las que se dota el GIIC y que lleva a cabo diariamente, incluso en las luchas inmediatas y locales. En efecto, la necesidad histórica y el futuro de la insurrección y de la dictadura de clase son también dos medidores, o herramientas, que permiten medir diariamente, a lo largo de todo su curso, la propia dinámica de la relación del proletariado en su conjunto con el Estado burgués. Al hacerlo, el GIIC puede desarrollar mejor los análisis y la comprensión de las relaciones de fuerzas particulares, locales, nacionales e internacionales y determinar las orientaciones tácticas y las consignas, concretas e inmediatas, que corresponden a las necesidades inmediatas de las luchas proletarias y a sus potencialidades locales inmediatas y reales. Se trata, pues, de una intervención de partido, de dirección política, que el GIIC pretende y busca desarrollar permanentemente.

9) El partido y el periodo de transición del capitalismo al comunismo

El objetivo de la revolución proletaria es destruir las relaciones de producción y distribución capitalistas basadas en la apropiación privada y la escasez y sustituirlas por relaciones de producción y distribución basadas en la abundancia y la comunidad. El partido defiende que la dictadura del proletariado consiste en que el proletariado utilice el poder de clase de sus organizaciones de masa, los consejos o soviets, para abolir el poder económico de la burguesía – ésta ya ha sido desposeída del poder político por la insurrección victoriosa – y asegurar la transición a la sociedad comunista, es decir, a una sociedad sin clases. La función primordial de la dictadura revolucionaria del proletariado es ejercer la represión contra la clase capitalista, que no se dejará desposeer sin librar la más amarga y desesperada guerra civil, o guerra de clases, posible contra el proletariado. La otra primacía o función primordial, también de carácter político, de la dictadura del proletariado es la de la extensión internacional de la insurrección y la revolución proletaria en los países donde aún no se ha producido. Mientras siga existiendo una isla de capitalismo en el mundo, mientras la burguesía no sea totalmente derrotada a escala mundial, la instauración de la sociedad comunista no podrá empezar a producirse y realizarse de forma real y duradera.

El partido sólo puede basar sus posiciones sobre el ejercicio y la función de la dictadura del proletariado durante el propio período de transición en la experiencia única, o casi única, y limitada de la Revolución Rusa y de la oleada revolucionaria internacional de 1917-1927, sabiendo que gran parte de estas lecciones son de orden negativo debido al aislamiento internacional de la Rusia revolucionaria y a la degeneración que derivó de ese. En primer lugar, el partido defiende el carácter proletario de la Revolución Rusa. Sólo sobre este reconocimiento y defensa de principio es posible hacer un balance crítico y sacar lecciones de la dictadura del proletariado en Rusia. La experiencia, en particular sus periodos de dificultad, de retroceso y luego de curso degenerado, planteó la cuestión de la relación entre el proletariado, el partido y el Estado en el periodo de transición y permitió deducir que el partido y el proletariado, ambos todavía distintos durante la dictadura del proletariado, no podían identificarse totalmente con el Estado del periodo de transición, y mucho menos fusionarse con él. En efecto, hasta la desaparición de las clases y, por tanto, de sí mismo como clase, el proletariado sigue siendo una clase explotada y, por tanto, con intereses de clase específicos que defender frente a toda la sociedad del período de transición. La afirmación del proletariado como clase explotada y revolucionaria, es decir, la afirmación y el desarrollo de su propia lucha de clases incluso durante el período de transición, es la condición y el camino para la desaparición de todas las clases y de sí mismo.

Una vez derrotada la burguesía, la sociedad que surgirá de la victoria internacional del proletariado seguirá llevando los estigmas de todo tipo de la sociedad capitalista, por lo que será necesaria una fase de transición. Esta consistirá esencialmente en la socialización progresiva de todos los medios de producción y de distribución y, por tanto, de todas las clases y capas sociales no explotadoras, campesinos, artesanos, comerciantes, pequeños propietarios, etc., que se integrarán, mediante la socialización universal, en las filas proletarias. En este período todavía se producirá inevitablemente el intercambio de mercancías entre estas capas y el proletariado, hasta que las primeras se hayan disuelto por la proletarización de sus miembros y el segundo, convertido en clase universal, desaparezca con la desaparición de las clases. El principio que regirá esta primera fase del comunismo, fase de transición, puede formularse de la siguiente manera: el que no trabaja, no come, con la excepción, por supuesto, de los niños, los ancianos y las personas físicamente incapaces de trabajar. Todavía dividida en clases, esta sociedad de transición seguirá atravesada por las contradicciones sociales y los antagonismos entre las clases restantes. En esto, la lucha proletaria se verá inevitablemente afectada por periodos o fases de avances y retrocesos durante los cuales el partido siempre tendrá que destacar los intereses internacionales e históricos del proletariado.

La segunda fase, la del comunismo realizado, la de la abundancia de bienes, será la de “cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”. Significará la desaparición de las clases, la desaparición del proletariado una vez convertido en clase universal, la desaparición de la explotación del ser humano por el ser humano, de la división del trabajo, de la mercancía y del valor. Una vez que las clases hayan desaparecido y con ellas el propio proletariado, el partido del proletariado también desaparecerá, así como el Estado, el semi-Estado, de la dictadura revolucionaria del proletariado.

Las fronteras de clase

El partido dispondrá y deberá utilizar las siguientes fronteras de clase, que tienen valor de principios porque zanjadas por la historia, para poder orientarse en la tormenta histórica que se avecina y dirigir las luchas proletarias con la máxima eficacia revolucionaria.

10) Guerra imperialista generalizada y capitalismo de Estado, expresiones de la decadencia histórica del capitalismo

El estallido de la Primera Guerra Mundial, es decir, la primera guerra imperialista generalizada, y la oleada revolucionaria internacional que le puso fin a partir de la Revolución Rusa en 1917, marcan y firman la principal ruptura histórica experimentada por el capitalismo, entre su fase de ascenso – y apogeo que puede fecharse entre 1870 y 1900 – y su entrada en el declive histórico que marca el hecho de que el capitalismo ha terminado de cumplir su tarea histórica. Como producto, expresión y factor acelerador de este cambio, la guerra imperialista generalizada – antes inexistente – se convierte en el momento más alto de la crisis capitalista. Desde finales del siglo XIX y la entrada en su fase de declive, las respuestas anteriores del capitalismo a sus crisis se han vuelto en gran medida insuficientes para responder al nivel y la escala alcanzados por sus contradicciones. La carnicería de 1914-1918 demostró que la guerra generalizada se ha convertido en la máxima expresión y la única respuesta de la burguesía a la crisis, precisamente por la magnitud de la devastación material y humana que inflige. Sólo destrucciones masivas de capital y, por tanto, también de fuerza de trabajo – los proletarios – en las dos primeras guerras mundiales, destrucciones sin comparación con las de las crisis del siglo XIX, destrucciones cada vez más devastadoras, podían permitir al capitalismo experimentar nuevos ciclos de acumulación durante los periodos de reconstrucción, en particular el de los años 1950 y 1960, y así mantenerse vivo.

Este fenómeno de la guerra imperialista generalizada forzó y aceleró aún más el anterior proceso de concentración del capital en monopolios y trusts que había marcado el período anterior a la Primera Guerra Mundial, hasta el punto de imponer a los diferentes sectores y fracciones de las clases burguesas su unidad, bien de forma voluntaria para las burguesías más poderosas y experimentadas, bien de forma forzada para las más débiles e inexpertas, en torno a cada Estado nacional. El desarrollo implacable y generalizado del fenómeno del capitalismo de Estado a lo largo del siglo XX, que se aceleró especialmente antes y con vistas a la Segunda Guerra Mundial, hasta la actualidad, corresponde esencialmente a tres prioridades para cada capital nacional: centralizar y unificar lo más posible todas las fracciones del capital nacional en vista de la competencia económica e imperialista internacional; construir el poder militar necesario para la defensa de sus intereses frente a los antagonismos y en vista de la guerra imperialista; e imponer la disciplina social dirigida sobre todo contra el proletariado que es indispensable para el cumplimiento exitoso de las dos primeras tareas así como para el mantenimiento del poder de la burguesía frente a su enemigo mortal. El aparato estatal ejerce un control cada vez más poderoso, omnipresente y sistemático sobre todos los aspectos de la vida social, como se puede comprobar en las últimas décadas, especialmente a través de las modernas técnicas digitales, Internet y las redes sociales.

En este sentido, el partido debe tener muy claro que el capitalismo de Estado es, ante todo, una respuesta política contra el proletariado y para los fines de la guerra imperialista, que es en sí misma la única respuesta burguesa a las contradicciones económicas y al estancamiento del capitalismo en su período de decadencia histórica.

11) Las condiciones de la lucha proletaria ante el capitalismo de Estado

Es fundamentalmente esta concentración de las fuerzas del capital en torno al Estado y contra el proletariado, en particular contra toda expresión de lucha permanente como sus organizaciones de masa, lo que determina desde entonces las condiciones de la lucha proletaria. Con el capitalismo de Estado dominante, la organización de la explotación del proletariado deja de ser un asunto entre los patrones de las empresas o corporaciones y los trabajadores y se convierte en la del Estado contra el proletariado. Desde principios del siglo XX, el Estado adquiere una dimensión más amplia al hacerse cargo de la unidad de los diferentes sectores del capital nacional frente a la competencia internacional, por un lado, y, por otro, de toda la burguesía frente a cualquier lucha proletaria, desarrollando un aparato cada vez más amplio y sofisticado. Como resultado, las luchas en una fábrica o en una corporación, tal como podían desarrollarse y a veces lograr arrancar mejoras de la condición obrera en la segunda parte del siglo XIX, se volvieron cada vez más impotentes. Con ello, las formas organizativas correspondientes a estas condiciones y métodos de lucha, los sindicatos que preparan, organizan e incluso planifican con antelación largas huelgas por corporación, perdieron su razón de ser. Las necesidades de la guerra generalizada y el desarrollo del capitalismo de Estado aceleraron el proceso ya iniciado e impusieron la asfixia definitiva de toda vida proletaria permanente, tal como podía existir y desarrollarse en las organizaciones de masa, los sindicatos, las bolsas de trabajo y los partidos de masa. La evolución totalitaria del capitalismo de Estado, definitiva, ampliada y confirmada en gran medida desde la Segunda Guerra Mundial, ya no deja lugar a dudas sobre el hecho de que las condiciones de la lucha de clases se definen en gran medida, aparte de la represión masiva, por un sofisticado aparato político, especialmente en los países llamados democráticos, y por la omnipresencia y el bombardeo de la ideología dominante por parte de los medios de comunicación de masa, periódicos, radios y televisiones – y desde hace veinte años Internet y las redes sociales – imponiendo a las grandes masas del proletariado una sumisión ideológica y política permanente que sólo tiende a romperse cuando se rebelan y luchan como clase contra el capital.

Frente a la unidad de la burguesía y a la intervención sistemática del Estado que mira a silenciar y sofocar toda vida proletaria, el proletariado respondió – desde principios del siglo XX – con el arma de la huelga de masa cuya propia dinámica, la extensión y generalización de la lucha más allá del lugar de trabajo y de la empresa, lleva en sí misma la confrontación de toda la clase con el Estado capitalista y está determinada, en última instancia, por la perspectiva de la insurrección proletaria y la dictadura del proletariado. El proceso revolucionario ruso desde febrero de 1917 hasta la insurrección obrera de octubre de 1917 es la más alta manifestación de la realidad y eficacia de la huelga de masa y, en esta ocasión, el partido bolchevique de Lenin demostró su dominio del fenómeno así como el papel indispensable de la dirección política del partido para que la huelga de masa llegue a su fin, la insurrección y la dictadura de clase. Huelga de masa y partido, espontaneidad y extensión de las luchas proletarias y conciencia comunista materializada en el partido, no se oponen. La espontaneidad de las masas proletarias, así como la extensión y generalización de sus luchas, requieren, por el contrario, la intervención y la acción de la más alta conciencia comunista posible, y por tanto la intervención activa y decidida de la vanguardia comunista.

Las formas organizacionales unitarias, es decir, que reagrupan a todos los proletarios en lucha, sindicalizados-no sindicalizados, activos-desempleados-precarios-jubilados, etc., que corresponden a la dinámica y a las necesidades de la huelga de masa son las asambleas generales, los comités de huelga y los consejos obreros – o soviets – que acompañan y organizan las huelgas y las manifestaciones callejeras. Si la dinámica de la huelga de masa está determinada por su finalidad, la insurrección obrera, las formas de organización unitaria de las que se dota, los consejos obreros, están a su vez determinadas por su función de órganos de la insurrección y de la dictadura del proletariado. Lejos de ser garantías en sí mismas, las organizaciones unitarias – asambleas generales, comités de huelga, consejos, etc. – con los que el proletariado se dota en sus luchas son, en realidad, órganos en los que también intervienen las fuerzas burguesas en medio obrero, sindicatos, partidos de izquierda, izquierdistas, para desviar y sabotear las luchas obreras. Son, pues, lugares de confrontación política de clase que los proletarios deben asumir si quieren desarrollar su propia lucha y hacerla lo más eficaz posible, tanto desde el punto de vista de las reivindicaciones inmediatas como desde el punto de vista histórico. Corresponde al partido luchar en su seno no sólo para asegurar la dirección política a lo largo del desarrollo de sus luchas, sino también para defender esta organización unitaria, el consejo obrero, como órgano de la insurrección y de la dictadura, a riesgo, en caso contrario, de ver las fuerzas burguesas en medio obrero vaciarla de su contenido de clase y convertirla en órgano contrario a los intereses del proletariado.

12) Los sindicatos órganos del Estado capitalista

Las condiciones imperantes en el siglo XIX hicieron que la clase obrera se dotara, a menudo a costa de amargas y sangrientas luchas de las organizaciones permanentes y profesionales, de organizaciones unitarias de lucha, es decir, que reunieran a todos los proletarios en lucha, destinadas a garantizar la defensa de sus intereses económicos: los sindicatos. Estos organismos desempeñaron un papel fundamental en la lucha por la mejora sustancial de las condiciones de vida de los trabajadores en la segunda mitad del siglo XIX, principalmente en Europa y Norteamérica. También constituían lugares de reagrupación de clase, de desarrollo de su solidaridad y de su conciencia inmediata, en los que el partido – entonces también de masa – intervenía activamente para convertirlos en "escuelas del comunismo". Así, aunque la existencia de estos órganos como órganos de la lucha proletaria estaba ligada a un periodo concreto del capitalismo, y aunque a menudo ya estaban significativamente burocratizados, eran, sin embargo, auténticos órganos de la clase, expresando también el hecho de que el capital no había invadido todavía todas las dimensiones de la vida social.

Desde el momento en que la tendencia al capitalismo de Estado se afirmó y se hizo dominante, especialmente para las necesidades de la Primera Guerra Mundial imperialista, el Estado capitalista inició un proceso de recuperación e integración de estas organizaciones proletarias de masa, especialmente los sindicatos, en su aparato estatal. Este proceso se vio favorecido por la penetración de las ideologías reformistas y sindicalistas y la aparición de una burocracia en su seno. La adhesión de las direcciones de los principales sindicatos de la época a la unión nacional a partir de agosto de 1914, y aunque una gran parte de los miembros se mantuviera fiel al internacionalismo proletario, marcó el inicio de este proceso. Su primera manifestación fue el hecho de que los aparatos sindicales participaron activamente en la movilización de los obreros en la primera carnicería imperialista. Su segunda manifestación fue su oposición, sabotaje y participación activa en la sangrienta represión de los intentos del proletariado por destruir el capitalismo en la ola revolucionaria que siguió a la guerra.

Una vez terminada la guerra y derrotada la oleada revolucionaria, el proceso de desvitalización proletaria de los sindicatos continuó inexorablemente, sobre todo en los años 30, de nuevo por las necesidades de la guerra que se avecinaba, por la disolución de los viejos sindicatos y la creación de otros nuevos en los países fascistas y por la participación activa – a cambio del reconocimiento de los derechos sindicales – de los sindicatos americanos en la puesta en marcha del New Deal y de los europeos en los Frentes Populares de Europa Occidental. Tras la Segunda Guerra Mundial, directamente reconstituidos por los Estados donde habían desaparecido a causa de la guerra, completamente integrados en el esfuerzo bélico para los países vencedores, principalmente Estados Unidos, Gran Bretaña y la URSS, los sindicatos en su conjunto, su aparato en su totalidad, se convirtieron a partir de entonces en auténticos defensores del capitalismo, en órganos partes integrantes del Estado burgués en medio obrero.

Desde entonces, han sido mantenidos vivos, no por la clase obrera, sino por el Estado capitalista en cuyo nombre desempeñan funciones muy importantes:

- participación activa en los intentos del Estado capitalista de racionalizar la economía, regular la venta de la fuerza de trabajo e intensificar la explotación ;

- sabotaje de la lucha de clase desde dentro, ya sea desviando las huelgas y las revueltas hacia callejón sin salida de gremios, o enfrentando a los movimientos autónomos con una represión abierta.

Como los sindicatos han perdido su carácter proletario no pueden ser reconquistados por la clase obrera, ni su aparato puede constituir un espacio para la actividad de las minorías revolucionarias

El carácter antiproletario de los sindicatos actuales no se lo confiere su propio modo de organización, por profesión o rama industrial, ni la existencia de una burocracia sindical o de malos dirigentes, sino por la imposibilidad, debido a la extensión generalizada, universal y totalitaria del capitalismo de Estado, de mantener vivos órganos unitarios permanentes de defensa real de los intereses del proletariado. En consecuencia, el carácter capitalista de estos órganos se extiende a todas las nuevas organizaciones que se dan funciones similares, sea cual sea su modelo organizativo y sus intenciones proclamadas. Lo mismo ocurre con los sindicatos llamados revolucionarios o de base, así como con todas las organizaciones (comités o núcleos obreros, comisiones obreras) que pueden sobrevivir al final de una lucha, incluso en oposición a los sindicatos, y que tratan de constituir una verdadera organización permanente para la defensa de los intereses inmediatos de los trabajadores. Sobre esta base, estas organizaciones no pueden escapar a la espiral de la integración efectiva en el aparato estatal burgués, incluso como organismos no oficiales o ilegales.

Todas las políticas de utilización, renovación o reconquista de organizaciones de carácter sindical, en la medida en que conducen a revitalizar instituciones capitalistas, son fundamentalmente favorables a la supervivencia del capitalismo. Después de casi un siglo de experiencia innegable del papel antiobrero de estas organizaciones, cualquier posición que defienda tales estrategias es fundamentalmente no proletaria y contrarrevolucionaria.

No obstante, los revolucionarios no deben permanecer indiferentes a las maniobras y acciones de los sindicatos a la espera de que hipotéticos movimientos proletarios se libren espontáneamente de su presencia. Cuando éstos son llamados, de hecho obligados, por su función antiproletaria en medio obrero a ocupar el terreno de las luchas proletarias, a tomar iniciativas y a llamar a los proletarios a participar en ellas, asambleas, huelgas, manifestaciones, para mantener un mínimo de credibilidad ante ellos o incluso para impedir y anticipar cualquier dinámica real de extensión y unidad en la lucha, el partido y sus miembros no deben desertar del terreno impuesto, las asambleas, huelgas, manifestaciones, etc., con el argumento de que serían convocados por los sindicatos. Por el contrario, deben aprovechar estas ocasiones de reagrupamiento obrero para luchar contra las orientaciones, los sabotajes y los impases sindicalistas oponiendo consignas y reivindicaciones que favorecen el desarrollo de la lucha de clases y buscando reagrupar a su alrededor a los proletarios más combativos. El partido debe estar al frente de la lucha política diaria que el proletariado en su conjunto debe emprender en sus luchas contra las fuerzas burguesas, sindicalistas y de izquierda principalmente.

13) La naturaleza contra-revolucionaria de los partidos llamados “obreros” o de izquierda

Todos los partidos u organizaciones que hoy defienden, aunque sea de forma condicional o crítica, a ciertos Estados o ciertas fracciones de la burguesía contra otros, ya sea en nombre del "socialismo", de la democracia, del antifascismo, de la independencia nacional, del frente único o del mal menor – que representarían las fuerzas democráticas y de izquierda frente a la derecha o la extrema derecha – que basan su política en el juego burgués de las elecciones, en la actividad antiobrera del sindicalismo o en las mistificaciones autogestionarias son órganos del aparato político burgués: esto es, en particular, el caso de los partidos "socialistas" y "comunistas".

Estos partidos, en efecto, después de haber constituido en un momento dado las verdaderas vanguardias del proletariado mundial, han sufrido posteriormente todo un proceso de degeneración que los ha conducido al campo del capital. Si las Internacionales a las que pertenecían (la 2ª Internacional para los partidos socialistas, la 3ª Internacional para los partidos comunistas) murieron como tales, a pesar de la supervivencia formal de su estructura, en un momento de derrota histórica de la clase obrera, ellos sobrevivieron para convertirse progresivamente, cada una por su parte, en engranajes a menudo importantes del aparato del Estado burgués de sus respectivos países.

Este fue el caso de los partidos socialistas cuando, en un proceso de gangrena por el reformismo y el oportunismo, la mayoría de ellos fueron llevados durante la Primera Guerra Mundial (que marcó la muerte de la Segunda Internacional) a comprometerse, bajo la dirección de su derecha socialchovinista, entonces ya pasada a la burguesía, en la política de defensa nacional, para luego oponerse abiertamente a la ola revolucionaria de posguerra hasta jugar el papel de verdugos del proletariado, como en Alemania 1919.

La integración definitiva de cada uno de estos partidos en sus respectivos Estados nacionales tuvo lugar en diferentes momentos del periodo posterior al estallido de la Primera Guerra Mundial. Pero este proceso se completó finalmente a principios de la década de 1920, cuando las últimas corrientes proletarias fueron eliminadas o abandonaron sus filas uniéndose a la Internacional Comunista.

Del mismo modo, los partidos comunistas pasaron a su vez al campo del capitalismo tras un proceso similar de degeneración oportunista. Este proceso, que comenzó a principios de los años 20, se vio favorecido por las debilidades igualmente oportunistas que prevalecieron en su constitución y en su adhesión a la Internacional Comunista. Continuó después de la muerte de esta última (marcada por la adopción de la teoría del socialismo en un solo país en 1928), hasta desembocar, a pesar de la lucha encarnizada de sus fracciones de izquierda y tras la eliminación de estas últimas, en una integración completa en el Estado capitalista a principios de los años 30 con su participación en los esfuerzos de armamento de sus respectivas burguesías con vistas a la Segunda Guerra Mundial y su entrada en los Frentes Populares. Su participación activa en la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial y en la reconstrucción nacional posterior los confirmó como fieles servidores del capital nacional y como la más pura encarnación de la contrarrevolución. Desde entonces, su pertenencia a la izquierda del capital no ha sido negada tanto por su participación en diversos gobiernos de izquierda como por su defensa sistemática, una vez en la oposición, del capital nacional.

Todas las corrientes llamadas revolucionarias, como el maoísmo – que es una simple variante de los partidos estalinistas que se han pasado definitivamente a la burguesía –, el trotskismo – que, después de haber constituido una reacción proletaria contra la traición de los partidos comunistas, se vio envuelto en un proceso similar de degeneración hasta participar en la Segunda Guerra Imperialista – o el anarquismo – que, después de haber participado también en la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial, se sitúa hoy en el marco del mismo planteamiento político defendiendo un cierto número de posiciones de los partidos socialistas y de los partidos comunistas, por ejemplo las alianzas antifascistas – pertenecen al mismo campo que el del capital. El hecho de que tengan menos influencia o de que utilicen un lenguaje más radical no quita el trasfondo burgués de su programa y su naturaleza, sino que los convierte en ojeadores o suplentes útiles de estos partidos.

El partido debe dirigir una lucha incesante contra las campañas y maniobras que estas organizaciones de la izquierda del capital desarrollan para desviar al proletariado de su terreno de clase y de su enfrentamiento con el Estado capitalista. La denuncia de las posiciones de estos partidos, incluidos los más radicales o de izquierda, es también un elemento para comprender la dinámica de la confrontación de clases en curso, los temas y los objetivos inmediatos de la burguesía, sus líneas de defensa y de ataque contra el proletariado, y para determinar la táctica y las orientaciones inmediatas.

14) El frentismo, arma de la contra-revolución

En la época en la que la alternativa propia del período de decline histórico del capitalismo, revolución proletaria internacional o guerra imperialista generalizada, se ha convertido en la única perspectiva que el capitalismo puede presentar, no puede haber una tarea común, ni siquiera momentánea, entre la clase revolucionaria y cualquier fracción de la clase dominante, por muy progresista, democrática o popular que pretenda ser. A diferencia de la fase ascendente del capitalismo, su período imperialista no permite efectivamente a ninguna fracción de la burguesía desempeñar un papel histórico progresista. En particular, la democracia burguesa, que en el siglo XIX constituía una forma política progresista frente a los vestigios de las estructuras heredadas del feudalismo, ha perdido todo contenido político real. Queda sólo como una pantalla engañosa para el refuerzo del totalitarismo estatal, y las fracciones de la burguesía que lo reivindican son tan reaccionarias como todas las demás.

De hecho, desde la Primera Guerra Mundial, la Democracia se ha revelado como uno de los peores venenos para el proletariado. Es en su nombre que, después de esta guerra, la revolución fue aplastada en varios países europeos; es en su nombre y contra el fascismo que decenas de millones de proletarios fueron movilizados en la Segunda Guerra Imperialista. Es también en su nombre que, hoy, el capital intenta desviar las luchas proletarias hacia alianzas antirracistas, feministas, ecologistas, identitarias, antifascistas, contra la represión o contra el totalitarismo, etc.

Como producto específico de un período en el que el proletariado ya ha sido aplastado política, física e ideológicamente como resultado de enfrentamientos masivos de clase, el fascismo no está en absoluto a la orden del día en la actualidad y cualquier propaganda sobre el peligro fascista es perfectamente mistificadora, mientras el Estado democrático es cada vez más totalitario. Por otra parte, el fascismo o los llamados poderes dictatoriales o antiliberales no tienen el monopolio de la represión, y si las corrientes políticas democráticas o de izquierda lo identifican con la represión, es porque tratan de ocultar que ellos mismos son usuarios decididos de esa misma represión, hasta tal punto que es a ellos a quienes corresponde la mayor parte del aplastamiento de los movimientos revolucionarios de clase; por ejemplo, fue la socialdemocracia, y no el nazismo, quien aplastó con sangre la revolución proletaria en Alemania después de la Primera Guerra Mundial.

Al igual que los frentes populares y antifascistas, las tácticas de frente único han demostrado ser un medio terrible para desviar la lucha proletaria. Estas tácticas, que encargan a las organizaciones revolucionarias a proponer alianzas a los llamados partidos obreros para "ponerlos contra la pared" y desenmascararlos, en última instancia no significan más que mantener las ilusiones sobre la verdadera naturaleza burguesa de estos partidos y retrasar la ruptura de los trabajadores con ellos.

Por lo tanto, el partido debe luchar permanentemente por la autonomía del proletariado ante todas las demás clases de la sociedad. Es la primera condición para el desarrollo de su lucha hacia el objetivo revolucionario. El partido denuncia todas las alianzas con fracciones de la burguesía que sólo pueden conducir al desarme del proletariado frente a su enemigo haciéndole abandonar el único terreno en el que puede hundir sus fuerzas: su terreno de clase. Cualquier corriente política que intente hacerlo salir de este terreno sirve directamente a los intereses de la burguesía y el partido debe denunciar claramente cualquier táctica frentista con los partidos burgueses como contrarrevolucionaria.

15) La mistificación parlamentaria y electoral

En el período de desarrollo efectivo del sistema capitalista, el parlamento era la forma más adecuada de organización de la vida política de la burguesía. Como institución específicamente burguesa, nunca ha sido un terreno predilecto para la acción de la clase obrera, y el hecho de que ésta participara en sus actividades o en las campañas electorales encerraba peligros muy graves que los revolucionarios del siglo XIX no dejaron de denunciar. Sin embargo, en un período en el que la alternativa de revolución proletaria o guerra imperialista generalizada aún no estaba a la orden del día, en el que el control totalitario del Estado, el capitalismo de Estado, aún no se había impuesto, en el que las organizaciones de masa, partidos y sindicatos, del proletariado podían existir y desarrollarse, tal participación permitía presionar para conseguir mejoras sustanciales en las condiciones de la clase obrera, utilizar las campañas electorales como medio de propaganda y agitación en torno al programa proletario y utilizar el parlamento como foro de denuncia de la política burguesa. Por ello, la lucha por el sufragio universal constituyó, a lo largo del siglo XIX, en un gran número de países, una de las principales ocasiones de movilización del proletariado.

Con la entrada del sistema en su fase de dominio creciente del capitalismo de Estado por las necesidades de la guerra imperialista generalizada, el parlamento deja de ser un órgano en el que las diferentes fracciones burguesas debaten y dirimen sus disputas, lo que podía dejar un lugar y un espacio para las otras clases. Con la guerra imperialista y ante la amenaza revolucionaria del proletariado, el ejecutivo se impone definitivamente sobre el legislativo, los gobiernos sobre los parlamentos que no son más que cámaras de registro de las decisiones gubernamentales. Como dice la Internacional Comunista (II Congreso), “el centro de gravedad de la vida política ha salido completa y definitivamente del parlamento”. La única función que puede asumir, y que explica su permanencia, es una función de mistificación democrática contra el proletariado. A partir de ese momento, termina toda posibilidad de que el proletariado utilice de alguna manera un órgano que ha perdido toda función política efectiva, salvo la de la mistificación. En un momento en que su tarea fundamental consiste en la destrucción de todas las instituciones estatales burguesas y, por tanto, del parlamento, cuando debe establecer su propia dictadura sobre las ruinas del sufragio universal y otros vestigios de la sociedad burguesa, su participación en las instituciones parlamentarias y electorales tiene como resultado, sean cuales sean las intenciones de quienes la defienden, insuflar una apariencia de vida a estas instituciones moribundas.

La participación electoral y parlamentaria ya no tiene ninguna de las ventajas que tenía en el siglo XIX. Por otro lado, acumula todos los inconvenientes y peligros, y principalmente el de mantener vivas las ilusiones sobre la posibilidad de una transición pacífica o progresiva al socialismo mediante la conquista de una mayoría parlamentaria por parte de los llamados partidos obreros.

Además, la utilización de las elecciones y los parlamentos como instrumentos de agitación y propaganda tiende a preservar los esquemas políticos de la sociedad burguesa y a fomentar la pasividad de los trabajadores. Si tal inconveniente era aceptable cuando una verdadera vida proletaria podía desarrollarse permanentemente en las organizaciones de masa, se convierte en una traba decisiva en un momento en que la única tarea que está históricamente en el orden del día del proletariado es precisamente la de derrocar el viejo orden social y establecer una sociedad comunista, lo que requiere la participación activa y consciente de toda la clase, que sólo puede materializarse en el proceso vivo de la huelga de masa.

Si, originalmente, las tácticas del parlamentarismo revolucionario planteada por la IC eran, sobre todo, la manifestación del peso del pasado en el seno de la clase y de sus organizaciones, se han convertido, tras una práctica con resultados desastrosos para la clase, en una política fundamentalmente oportunista. Hoy en día, cualquier participación electoral o parlamentaria está claramente en el terreno burgués. El partido rechaza cualquier participación electoral o parlamentaria. Denuncia la mistificación de la democracia burguesa y opone la emancipación de los trabajadores por sí mismos mediante el ejercicio de la dictadura del proletariado.

16) La auto-gestión, auto-explotación del proletariado

La auto-gestión, es decir, la gestión de las empresas por los obreros dentro de una sociedad que sigue siendo capitalista, si ya era una utopía pequeñoburguesa en el siglo XIX cuando era defendida por las corrientes proudhonianas, es hoy una pura mistificación capitalista:

- como arma económica del capital, su propósito es hacer que los trabajadores acepten la carga de las dificultades de las empresas afectadas por la crisis, haciéndoles organizar los términos de su propia explotación;

- como arma política de la contrarrevolución, su función es dividir a la clase obrera encerrándola y aislándola fábrica por fábrica, barrio por barrio, sector por sector; atar a los trabajadores a las preocupaciones de la economía capitalista que tienen, por el contrario, la tarea de destruir; desviar al proletariado de la primera tarea que condiciona su emancipación: la destrucción del aparato político del capital y la instauración de su propia dictadura a escala mundial.

Efectivamente, sólo a este nivel el proletariado podrá hacerse cargo de la gestión de la producción, pero entonces, no lo hará en el marco de cada fábrica o empresa, sino a nivel internacional y de forma centralizada, ni en el marco de las leyes capitalistas, sino destruyéndolas. La gestión de la producción por parte del proletariado, incluso a un nivel territorial determinado, sólo puede lograrse una vez que se haya cumplido la insurrección proletaria y se ejerce la dictadura de clase en el territorio, o país, o grupo de países determinado.

La experiencia histórica nos enseña que, a gran escala, la autogestión obrera fue uno de los medios por los que los proletarios españoles fueron desviados de la insurrección y de la destrucción del Estado burgués durante la Guerra de España en 1936. Ante la huida de los propietarios de muchas empresas, los trabajadores no tuvieron otro recurso que asegurar ellos mismos la producción; o, más a menudo aún, fueron animados a colectivizar sus empresas por la CNT anarquista. Lejos de haber suprimido la explotación capitalista, estas empresas colectivizadas y autogestionadas se pusieron al servicio del esfuerzo bélico del bando republicano antifascista, tan burgués como el franquista, y redoblaron la explotación del trabajo mientras encadenaban política e ideológicamente a los proletarios detrás del Estado burgués antes que fuesen finalmente masacrados en los frentes militares imperialistas.

La experiencia también nos enseña que puede ocurrir, en circunstancias excepcionales, quiebra de empresas o desaparición de los patrones en períodos de enfrentamientos masivos de clase, que los trabajadores se vean obligados a continuar la producción para mantener sus salarios. En este caso concreto, sin dejar de comprender a los proletarios que intentan establecer una línea de defensa inmediata y limitada – no se trata de condenarlos dogmáticamente –, el partido debe combatir cualquier ilusión o fetichismo sobre la auto-gestión obrera y advertir que la explotación capitalista sigue vigente.

El partido denuncia como contrarrevolucionarias todas las posiciones políticas que, incluso en nombre de la experiencia proletaria o del establecimiento de nuevas relaciones entre los trabajadores, defienden la auto-gestión. Participan, de hecho, en la defensa objetiva de las relaciones de producción capitalistas. Del mismo modo, durante el período de transición del capitalismo al comunismo, el partido luchará contra toda auto-gestión local o de empresa y defenderá la gestión planificada, centralizada e internacional de la producción social.

17 ) El carácter capitalista de la ex-URSS, de los países llamados socialistas y de la China

Hoy, la URSS y sus satélites, los países llamados "socialistas", han desaparecido con el fin del bloque imperialista del Este y el supuesto socialismo de China, Cuba e incluso la Venezuela de Chávez ya no crean ilusión. El hecho es que la asimilación del capitalismo de Estado en su forma estalinista a una u otra forma de socialismo se sigue utilizando contra el proletariado y su teoría revolucionaria, aunque sólo sea manteniendo el mito de las nacionalizaciones y otras supuestas medidas sociales, o de un Estado de bienestar. El comunismo no es la estatización de los medios de producción, ni siquiera de los servicios públicos como la educación o la sanidad, sino la supresión de la explotación y de las clases. Al transferir el capital a manos del Estado, esta forma de capitalismo de Estado crea la ilusión de la desaparición de la propiedad privada de los medios de producción y la eliminación de la clase burguesa. La teoría estalinista de la posibilidad del "socialismo en un solo país", así como la mentira de los llamados países "comunistas", "socialistas" o que aspiran a serlo, tienen su base en esta apariencia mistificadora.

Los cambios provocados por la tendencia al capitalismo de Estado en su forma falsamente llamada socialista no se ubican en el plano real de las relaciones de producción, sino en el plano jurídico de las formas de propiedad. No eliminan el carácter real de la propiedad privada de los medios de producción, sino su aspecto jurídico de propiedad individual. Los trabajadores permanecen privados de cualquier control real sobre su uso, permanecen totalmente separados de ellos. En los países estalinistas, los medios de producción fueron colectivizados sólo para la burocracia, una forma particular de la clase capitalista de esos países, que los poseía y gestionaba colectivamente.

Cuando una burocracia estatal asume la función económica específica de extirpación del plus-trabajo del proletariado y de la acumulación del capital nacional, ella constituye una clase. Pero no es una clase nueva. Por su función, no es otra cosa que la vieja burguesía en su forma estatal. Lo que la distingue en cuanto a sus privilegios no es la magnitud de los mismos, sino la forma en que los posee: en lugar de recibir sus ingresos en forma de dividendos por la posesión individual de acciones en el capital, los recibe de la función de sus miembros en forma de gastos de función, primas y remuneraciones fijas en forma de salarios, cuyo importe es a menudo decenas o cientos de veces superior a los ingresos de un obrero.

En el terreno económico, Rusia, incluso durante el breve período en que el proletariado ejercio el poder político en ese país, fue incapaz de liberarse plenamente del capitalismo. Si la forma de capitalismo de Estado apareció inmediatamente allí de manera tan desarrollada, es porque la desorganización económica provocada por la Primera Guerra Mundial, y luego por la guerra civil, llevó al máximo las dificultades de supervivencia de un capital nacional en el marco del período imperialista y sus necesidades particulares.

El triunfo de la contrarrevolución en Rusia se produjo bajo el signo de la reorganización de la economía nacional con las formas más completadas del capitalismo de Estado, presentadas cínicamente para la ocasión como prolongaciones de la Revolución de Octubre y de la construcción del socialismo. El ejemplo se repitió en otros lugares: China, Europa del Este, Cuba, Corea del Norte, Indochina, etc. Sin embargo, no había nada proletario, y mucho menos comunista, en todos estos países, donde, bajo el peso de lo que quedará como una de las mayores mentiras de la historia, reinaba la dictadura del capital en sus formas más decadentes. El partido denuncia cualquier defensa, incluso crítica o condicionada, de estos países como una actividad absolutamente contrarrevolucionaria.

18) El mito contra-revolucionario de las luchas de liberación nacional

Hoy en día, si ya no queda un imperio colonial como hasta en los años 1960, y si las luchas y movimientos llamados anti-imperialistas, o incluso de independencia nacional, han perdido su actualidad, siguen siendo una mistificación ideológica y política que el partido debe combatir. La reaparición de movimientos independentistas como en Escocia y Cataluña – en particular el ridículo fiasco de la declaración de independencia catalana en octubre de 2017 – ha venido a recordar que esta mistificación de la liberación nacional puede seguir siendo utilizada contra el proletariado y su unidad en las luchas.

La liberación nacional y la constitución de nuevas naciones nunca han sido una tarea propia del proletariado. Si, en el siglo XIX, los revolucionarios fueron llevados a apoyar tales políticas, no fue con ilusiones sobre su carácter exclusivamente burgués ni en nombre del "derecho de los pueblos a la autodeterminación". Este apoyo se basaba en el hecho de que, en la fase ascendente del capitalismo, toda formación de una nueva nación y del capitalismo nacional, al eliminar los vestigios restrictivos de las relaciones sociales pre-capitalistas, constituía un paso adelante en el crecimiento de las fuerzas productivas y del capitalismo a nivel global y, por tanto, favorecía la aparición de un proletariado, una clase revolucionaria, en la nación en cuestión; al igual que, indirectamente, podía favorecer el despertar y las luchas del proletariado de la potencia colonialista e imperialista como señalaron en su momento Marx y Engels, en particular en relación con Irlanda y Polonia frente a Inglaterra y la Rusia zarista. En un mundo totalmente conquistado por el capitalismo desde principios del siglo XX y en el que el imperialismo se imponía desde entonces en todos los Estados, las luchas de liberación nacional, al perder su vestido de movimiento progresista, empezaron a reducirse esencialmente a un momento de la confrontación constante entre imperialismos rivales en el que los proletarios y campesinos reclutados, voluntariamente o por la fuerza, participaban sólo como carne de cañón.

A partir de entonces, esas luchas no debilitaron en absoluto el imperialismo, ya sea el de una gran, mediana o pequeña potencia. Si debilitaron a un imperialismo, o a una alianza imperialista, o incluso a un bloque, fue para fortalecer a otro, y la nación así constituida se convirtió ella misma en imperialista, ya que en la época de la decadencia, del capitalismo de Estado y del imperialismo generalizado, ningún país, grande o pequeño, puede ahorrarse esa política. Este fenómeno, las luchas de liberación nacional arrastradas inevitablemente detrás y al servicio de un imperialismo contra el otro, se hizo definitivo tras la Segunda Guerra Mundial y la división en dos bloques imperialistas desde finales de 1945 hasta finales de los años ochenta. Se puede decir que el ciclo de las luchas de liberación nacional llegó a su fin definitivamente con la 2ª Guerra Mundial imperialista.

Por lo tanto, si una "liberación nacional exitosa" no tenía otro significado que el cambio del poder de tutela para el país en cuestión, especialmente durante la época de los bloques imperialistas estadounidense y ruso hasta la desaparición de la URSS y de los bloques imperialistas del Este y del Oeste, se traducía la mayoría de las veces para los trabajadores, especialmente en los nuevos países llamados ’socialistas’, por una intensificación, una sistematización, una militarización de la explotación por parte del capital estatal que, como manifestación de la actual barbarie del sistema, transformaba la llamada nación liberada en un verdadero campo de concentración. Lejos de ser entonces, como algunos pretendían, un trampolín para la lucha de clases del proletariado de los países que todavía estaban en la periferia del capitalismo hace algunas décadas, estas luchas, por las mistificaciones patrióticas que pregonaban y el reclutamiento detrás del capital nacional que implicaban, siempre actuaron como un freno y una desviación de la lucha proletaria, a menudo feroz, en estos países. La historia ha demostrado ampliamente, al menos desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y en contra de las afirmaciones de la Internacional Comunista, que las luchas de liberación nacional no impulsaron la lucha de clases de los proletarios de los países llamados avanzados, baluartes históricos del capitalismo, más que la de los proletarios de los países que aún estaban en su periferia. Ambos no tenían nada que esperar, y siguen sin tener nada que esperar, de estas luchas ni ningún bando que elegir. Las últimas liberaciones nacionales hasta la fecha, principalmente las de los antiguos países europeos del bloque del Este que han estallado en una multitud de pequeñas naciones, han confirmado en gran medida tanto su alineación detrás de una u otra potencia imperialista desde su constitución, a pesar de – y a causa de – aparentes impulsos nacionalistas exacerbados y causados por su propia historia como nación oprimida, como el impasse nacionalista que representaban para el proletariado directamente afectado y la confusión para el proletariado internacional, particularmente europeo. Los ejemplos más claros, y dramáticos para las poblaciones, son los casos palestino y kurdo – pueblos históricamente oprimidos y sistemáticamente abandonados después de haber servido a tal o cual imperialismo – que, apoyados por el izquierdismo internacional y en nombre de la liberación nacional, no pueden hacer otra cosa, si tuvieran alguna otra inclinación, que ponerse al servicio de tal o cual imperialismo. Como la guerrilla kurda ha vuelto a manifestarlo ampliamente con el pretexto de luchar contra el terrorismo islamista de Daesh convirtiéndose en el brazo armado del imperialismo estadounidense en Siria.

En estas situaciones, o enfrentamientos, la única consigna del partido no puede ser, frente a la versión moderna de la defensa nacional, sino la que ya adoptaron los revolucionarios en la Primera Guerra Mundial: derrotismo revolucionario, transformación de la guerra imperialista en guerra civil. Cualquier posición de apoyo incondicional o crítico a estas luchas es similar, consciente o inconscientemente, a la de los ’socialchovinistas’ de la Primera Guerra Mundial y, por tanto, perfectamente incompatible con una actividad comunista coherente. Cualquier apoyo a las luchas de liberación nacional, incluso en nombre de una nación oprimida, es hoy contrarrevolucionario.

19) Las luchas “parciales”, trampa ideológica y política burguesa

El capitalismo, al igual que las sociedades de clase que lo precedieron, lleva en su seno divisiones y discriminaciones de todo tipo, en particular el racismo, la dominación de la mujer, la homofobia, etc. El capitalismo utiliza estas formas particulares de discriminaciones y opresiones tanto para dividir al proletariado y desviarlo de su lucha como para reforzar y extender la explotación de la fuerza de trabajo bajo el disfraz de igualitarismo, humanismo y democracia. Históricamente, el fin de la esclavitud para los negros estadounidenses los liberó de sus amos para que pudieran vender su fuerza de trabajo por salarios de miseria en fábricas y campos de algodón. El feminismo fue utilizado por el capitalismo como justificación ideológica para la generalización del trabajo asalariado, y por tanto de la explotación, tanto a las mujeres como a los hombres. En este sentido, al igual que el fin de la esclavitud, la liberación de la mujer de los restos del patriarcado, propugnada por los distintos movimientos feministas especialmente desde los años 1960-70, ha servido y sigue sirviendo de justificación para que las mujeres proletarias también vendan su fuerza de trabajo al capitalismo. Fue precisamente para los fines de la Primera Guerra Mundial que la explotación capitalista del trabajo de las mujeres proletarias, con la movilización de los hombres, se generalizó por primera vez en su forma moderna. Desde entonces, la generalización del trabajo asalariado de las mujeres se ha traducido en una reducción a la mitad del valor de la fuerza de trabajo y, por tanto, en una mayor explotación del conjunto del proletariado: mientras que hasta los años 1960, en los países centrales del capitalismo, el salario de un trabajador mantenía a toda una familia de la clase obrera, hoy se necesitan al menos dos salarios, el de la mujer y el del hombre, para mantener a toda una familia en todos los continentes con una miseria creciente.

Si es cierto que la revolución proletaria generá consigo nuevas relaciones en todos los ámbitos de la vida social, es un error creer que podemos contribuir a ello organizando luchas específicas sobre problemas puntuales como el racismo, la condición de la mujer, la contaminación, la sexualidad y otros aspectos de la vida cotidiana. Por su propio contenido, las luchas parcelarias, lejos de reforzar la necesaria autonomía de la clase obrera, tienden por el contrario a diluirla en la confusión de categorías particulares (raza, género, juventud, etc.) que son totalmente impotentes ante la historia. Por eso, los gobiernos y los partidos políticos burgueses, especialmente de izquierda y del izquierdismo, han aprendido a recuperarlos y a utilizarlos eficazmente en la preservación del orden social. Es en la lucha proletaria, en su extensión, en su generalización, es decir, en la lucha por su unidad para hacerla lo más efectiva posible, que el proletariado en lucha supera, y de hecho tiende a abolir, todas las divisiones, sean de color de piel, de género, de preferencia sexual, etc. Es en la abolición de la explotación del ser humano por el ser humano, en la abolición del capitalismo y de las relaciones mercantiles, en la abolición de la división del trabajo y en la desaparición de las clases, sólo alcanzable mediante el ejercicio de la dictadura del proletariado, punto culminante de su lucha de clases revolucionaria, donde se acabarán definitivamente las divisiones y discriminaciones de todo tipo, en particular de color de piel y de género.

Al luchar siempre y en todas partes por la unidad del proletariado y sus reivindicaciones, el partido muestra y defiende la unidad y la universalidad del proletariado. Así, lucha contra todas las divisiones impuestas por el capitalismo. Al hacerlo, el partido denuncia todas las mistificaciones ideológicas planteadas por la izquierda del capital, en particular por los izquierdistas, sobre las cuestiones y teorías de interseccionalidad, del identitarismo, etc., de la ecología, que pretenden, in fine, atar a los proletarios a la defensa del Estado y a la democracia burguesa.

20) El terrorismo al servicio del Estado capitalista

El arma de la huelga de masa y la insurrección obrera, respuestas del proletariado a las condiciones impuestas por el desarrollo del capitalismo de Estado y las necesidades de la guerra generalizada, son la realización concreta del principio de que “la emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos”. Obligado a responder a la violencia capitalista, principalmente estatal, con su propia violencia de clase, ésta no es una actividad separada del movimiento proletario general y de sus luchas. La violencia del proletariado, ya sea defensiva frente a la represión capitalista llevada a cabo por el Estado y su policía, o incluso por las milicias patronales privadas que no son siempre más que excrecencias de la violencia antiproletaria del aparato estatal burgués, u ofensiva como en el caso de la insurrección proletaria, sólo puede ser obra de los propios proletarios, es decir, una violencia de masa.

En general, el partido comunista lucha contra toda concepción voluntarista y, en particular, contra toda concepción según la cual pequeños grupos de individuos, incluido el partido, podrían sustituir la acción de la propia clase. En este sentido, rechaza cualquier forma de visión golpista – una minoría decidida que toma el poder en nombre del proletariado, que era la visión de Blanqui y que también estaba muy extendida en el KPD y el KAPD alemanes a principios de los años 20, como desgraciadamente lo ilustró la insurrección de Hamburgo en 1923 – o el terrorismo o el uso de la violencia por parte de grupos minoritarios que pretenden sustituir al conjunto de la clase, porque se la juzga pasiva y que se debería despertarla por el acto.

Como expresión de las capas sociales sin porvenir histórico y de la descomposición de la pequeña burguesía, cuando no es directamente la emanación de la guerra que los Estados libran permanentemente entre sí, el terrorismo constituye siempre un terreno privilegiado para las manipulaciones y provocaciones de la burguesía. Abogando por la acción secreta de pequeñas minorías, se opone completamente a la violencia de clase, que es la acción de masa consciente y organizada del proletariado.

21) El GIIC y las condiciones para la formación del partido

El GIIC defiende y lucha para que el futuro partido se constituya sobre la base programática de los principios y posiciones anteriores. Si el partido no existe hoy en día, el hecho es que el GIIC defiende y lucha en el seno del campo proletario, en particular frente a los otros grupos pro-partido que se reivindican de la Izquierda Comunista, para que sus componentes adopten y desarrollen sin demora método, espíritu, intervención y funcionamiento de partido desde hoy en día. De hecho, la lucha por el partido es permanente, existan o no las condiciones para su formación formal.

Sería erróneo y peligroso considerar de manera fatalista o mecánica que el partido sólo puede constituirse en el mero curso de la revolución, o incluso bajo el empuje prerrevolucionario; es decir, como producto inmediato de la lucha. En particular, reducir la acción del partido o de los grupos comunistas a la expectativa pasiva de que las grandes masas del proletariado lo reconozcan espontáneamente, es una deserción de la lucha diaria y permanente, incluso dentro de la propia clase, por la formación del partido. Asimismo, es erróneo y peligroso creer que la constitución del partido es simplemente una cuestión de voluntad y que se puede decretar en cualquier momento de forma voluntarista. En particular, hay que combatir y rechazar cualquier concepción que reduzca la formación del partido a un simple nivel de influencia en las masas obreras de las corrientes y grupos comunistas y al número de adhesiones en sus filas, o cualquier concepción obrerista o incluso sociológica del partido, y que tienda a asumir y adoptar un punto de vista democrático: la adhesión o el apoyo mayoritario de los proletarios al partido como condición para la acción. Tomando el resultado – influencia y dirección política – por la causa, este tipo de concepción abre la puerta a proyectos artificiales de partido y de su formación en detrimento de la realidad dialéctica de la lucha de clases y de la relación partido-clase.

La exacerbación de las contradicciones del capitalismo y la afirmación y desarrollo de la lucha proletaria provocan inevitablemente la exacerbación de las divergencias y decantaciones políticas en el seno del campo proletario. Lejos de esperar pasivamente a que estas divergencias se realicen, corresponde a sus componentes pro-partido, en particular a los que se reclaman de la Izquierda Comunista, asumir y acelerar la confrontación y la clarificación de estas divergencias, para empujarlas hasta la decantación y la selección de los grupos que serán llamados a constituir el partido. De hecho, existe una interacción histórica, un vínculo dialéctico, entre el desarrollo de la lucha revolucionaria del proletariado y la lucha por la clarificación de las posiciones programáticas, de la plataforma política, que deberá servir de base para la fundación y la unidad políticas efectivas del partido. La historia nos enseña que el partido político del proletariado se forma en torno a corrientes, fracciones o partidos que, tras una decantación y selección política en relación con el desarrollo de la lucha de clases, han surgido como el principal polo de reagrupamiento y en torno al cual se forma el partido. En general, esto se debe a su propia historia, en particular a sus vínculos con el partido, o la Internacional, del pasado; a su capacidad de defender los principios proletarios; y de hacer que sus orientaciones políticas y sus consignas sean elementos y factores reales de la lucha entre las clases. Entonces se convierten, y deben luchar por convertirse, en el polo en torno al cual los demás componentes revolucionarios, antiguos quedándose fieles a los principios, o nuevos y emergentes que se suman a las posiciones programáticas de la fracción comunista, se reagrupan y forman el partido.

La historia nos enseña también que la formación del partido real, resultado siempre de una lucha política frente a las vacilaciones, las reservas, las dudas, las reticencias, incluso la oposición, se impone a más tardar cuando la intervención, las orientaciones y las consignas de los grupos o de las fracciones comunistas se convierten en un elemento y un factor concreto permanente de la situación, de la relación de fuerza entre las clases, incluso cuando son todavía minoritarias, incluso si las masas no se apoderan todavía de ellas, no las realizan todavía. Habiéndose convertido en referencia y orientación permanente de lucha tanto por el desarrollo de la lucha de clases como por la intervención decidida y voluntaria de las fracciones y grupos comunistas, sus orientaciones y consignas son objeto y retos inmediatos del devenir de la lucha y de la confrontación con las fuerzas burguesas en medio obrero. Así, aunque siempre sean minoritarias y no sean asumidas por el conjunto de la clase revolucionaria, las orientaciones y consignas comunistas se convierten en fuerzas materiales y factores directos del enfrentamiento entre las clases. Entonces, la constitución formal del partido adquiere un verdadero significado histórico concreto, es un reto real en la situación inmediata y se convierte en una emergencia. Entonces la lucha decidida por ella es la prioridad absoluta de los grupos comunistas más consecuentes, como nos enseñan las experiencias de la fracción bolchevique en 1917 y de la Fracción Abstencionista en 1920-1921 en Italia.

Si todavía existe y ha logrado cumplir la tarea que se propone en esta plataforma, la lucha permanente por el partido, entonces el GIIC desaparecerá, se disolverá, y sus miembros se unirán al partido comunista proletario internacional y mundial.

Julio 2021

Domingo 12 de diciembre de 2021


[1. Ver nuestras tomas de posición críticas sobre las plataformas de la TCI y de la CCI.

[2. Manifiesto del partido comunista . En general, preferimos retomar – y traducir – las citas del Manifiesto y demás textos de K. Marx y F. Engels de las versiones inglesa y francesa de marxist.org (y que son muy similares) que la versión española que se consigue en el mismo sitio web. Pues, esta contiene varias “interpretaciones” de traducción de orden estalinista e izquierdista. Cuando no utilizamos la versión española, la reproducimos en pie de nota. Aquí, en vez de “lucha” utiliza “… es una acción política”.

[3. Las demás versiones utilizan “organización del proletariado en clase, es decir, en partido”

[4. Idem.

[5. La versión española de marxist.org tradujo por “de todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía no hay más que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado” lo cual abre la puerta a que otras clases puedan ser consideradas como también – ¿más o menos? – revolucionarias.