Revolución o Guerra n°26

(Enero 2024)

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El capitalismo al borde del abismo: sólo la clase obrera internacional puede ofrecer una alternativa histórica a la Tercera Guerra Mundial

Los últimos cuatro meses han estado marcados por una serie de acontecimientos que confirman que las clases dominantes de las grandes potencias dan por sentada la perspectiva de una guerra generalizada. Las contradicciones históricamente insolubles del capitalismo mundial hacen que la defensa de cada capital nacional se convierta en una cuestión de vida o muerte para cada uno de ellos. En consecuencia, la competencia ha pasado de ser puramente económica y comercial a ser cada vez más política, es decir, imperialista. Sin una solución económica, como demuestra la crisis financiera de 2008 que aún no se ha “superado”, los antagonismos imperialistas crecen y preparan el terreno para una nueva guerra mundial.

El acontecimiento que marcó un hito en la materialización de la perspectiva de una tercera guerra mundial fue la invasión rusa de Ucrania. Ya habíamos dicho que, tarde o temprano, la política estadounidense de contención de Rusia y China impulsaría a uno u otro de ellos a rebelarse y tratar de romper el dominio militar. Esto es exactamente lo que estamos viendo que ocurre con la guerra en Ucrania. Mientras que muchos esperaban una resolución rápida, ya fuera una rápida victoria militar de Rusia o un colapso financiero y político de Rusia debido a las sanciones occidentales, la guerra se ha desarrollado de manera muy diferente. Ahora es una guerra de desgaste [de attrition], en la que Ucrania está siendo irremediable y progresivamente sumergida por Rusia. Los medios de comunicación pro-occidentales admiten cada vez más que la producción industrial militar rusa es superior a la de Occidente en su conjunto (la Unión Europea y Estados Unidos) en ámbitos clave como los obuses de artillería, las bombas teledirigidas y los drones. Es más, Rusia está en mejor posición logística para apoyar una guerra en sus fronteras que los aliados occidentales de Ucrania. Rusia ya se ha puesto en pie de guerra [1] y Estados Unidos y sus aliados buscan cerrar la brecha lo antes posible, lo que supondrá sacrificios aún mayores por parte de la clase trabajadora de todo el mundo, pero especialmente en Europa y Norteamérica, los centros históricos del capitalismo.

Ni Rusia ni Estados Unidos y sus aliados europeos ven la guerra como un conflicto aislado. Incluso si la OTAN dejara de apoyar a Ucrania al nivel que le permite continuar la guerra convencional, esto no haría menos urgente que los países occidentales se prepararan para la guerra con Rusia. Más bien al contrario. Del mismo modo, la movilización prevista por Rusia de una fuerza de alrededor de un millón de soldados bajo contrato es algo más que un medio de asestar a Ucrania un golpe terrible; es también una preparación para una posible guerra contra la OTAN.

Aunque hace unos diez años que el pensamiento militar estratégico estadounidense pasó definitivamente de la contra-insurgencia o las operaciones de alta intensidad para el mantenimiento del orden a un conflicto con “países rivales” (es decir, China y Rusia), los preparativos económicos, industriales, políticos y sociales para un conflicto de este tipo se están acelerando en Estados Unidos. Uno de los elementos clave de esta preparación es lo que se conoce como Bidenomics. Por poner el ejemplo de la producción militar-industrial, es probable que Estados Unidos y los países europeos necesiten varios años más para desarrollar sus capacidades de producción militar-industrial hasta los niveles necesarios para hacer frente a un conflicto con Rusia o China, por no hablar de ambos al mismo tiempo. La industria militar tendrá que estar cada vez más bajo el control directo del Estado. Las fábricas deberán adaptarse a la producción militar. La producción de productos estratégicos para la economía deberá trasladarse al ámbito nacional. El funcionamiento de la economía nacional deberá racionalizarse en cierta medida, para una mayor eficacia del Estado en el contexto de la guerra interimperialista. En resumen, estamos ante una transformación social radical marcada por el fin de las políticas e ideología neo-liberales de las últimas décadas y caracterizada por una mayor austeridad para la clase trabajadora en nombre de la guerra imperialista. Un elemento esencial de este proceso para la burguesía es subyugar política e ideológicamente a la clase obrera, no sólo como individuos-consumidores pasivos que contemplan el espectáculo de una potencia de tercera categoría bombardeada por una gran potencia militar, sino también como participantes colectivos activos en un proceso que será doloroso para la clase obrera, porque implica una confrontación directa entre superpotencias económicas y militares. Lo que está en juego y lo que cuesta para la clase obrera una guerra entre superpotencias nucleares es mucho mayor que lo que cuesta una guerra regional de menor intensidad o una operación de contra-insurgencia. En consecuencia, desde el punto de vista de la clase dominante, las condiciones políticas previas para estos dos tipos de guerra son también muy diferentes. Esta es la diferencia entre obtener un consentimiento pasivo – la necesidad mínima para que un Estado poderoso pueda librar una guerra de contra-insurgencia o cualquier otra guerra imperialista local – y garantizar la participación activa y masiva de la clase obrera como tal en el proyecto de una guerra mayor. Esta última es mucho más dolorosa para la clase obrera y eleva los retos de la lucha de clases, porque la clase dominante se ve obligada a pasar a la ofensiva al interior del mero país para perseguir sus intereses en el exterior.

Se puede ver la barbarie que una gran guerra tiene reservada para la humanidad en la guerra de castigo colectivo y desplazamiento forzoso que Israel está librando actualmente contra Gaza, que desató tras la furia asesina y bárbara de militantes y simpatizantes de Hamás en el sur de Israel el 7 de octubre. Esta masacre tampoco perdonó a los civiles. El hecho de que exista una desproporción entre las 1.600 víctimas “del lado israelí” y las 20.000 contabilizadas en el momento de escribir estas líneas “del lado palestino” no cambia nada sobre el horror de las matanzas y el terror sufridos por las poblaciones y menos aún sobre su carácter de clase, capitalista e imperialista, es decir, anti-proletario. Esta disparidad es simplemente la expresión del equilibrio de poder militar real entre el Estado capitalista e imperialista de Israel y el proyecto político de un Estado palestino, que también sólo puede ser capitalista e imperialista, y no de la supuesta humanidad o naturaleza progresista de Hamás y otros sectores de la burguesía palestina. [2]

Los funcionarios israelíes no han vacilado en comparar su actual campaña militar con los bombardeos de ciudades alemanas y japonesas durante la Segunda Guerra Mundial, cuyo objetivo era matar a un gran número de civiles. Al igual que Hamás quiere echar a los judíos al mar, el líder del movimiento de asentamientos israelíes ha pedido abiertamente la limpieza étnica de los palestinos de Gaza, lo que resolvería la “cuestión palestina” para Israel en Gaza. Altos cargos israelíes han hecho comentarios deshumanizadores y genocidas sobre los palestinos. La brutalidad de la campaña israelí en Gaza y el chovinismo extremo en Israel se limitan a una zona geográfica relativamente pequeña, pero no será así en una hipotética guerra mundial. Al menos en este aspecto, los dirigentes políticos israelíes están leyendo la situación mundial con bastante perspicacia. Comprenden que la actual situación mundial lleva en sí el germen de una futura guerra catastrófica, como la Segunda Guerra Mundial pero potencialmente mucho peor, y no dudan en recordar a los dirigentes estadounidenses y europeos que en una guerra total, los beligerantes hacen poca o ninguna distinción entre objetivos civiles y militares.

Para luchar eficazmente contra la guerra, no podemos limitarnos a protestas simbólicas de indignación moral ante las atrocidades que se están perpetrando. La única manera de resistir a esta dinámica de guerra mundial y a la barbarie que implica es que la clase obrera luche en su propio terreno para rechazar los sacrificios necesarios para la guerra, y esto en todos los países, estén o no directamente en guerra, en Ucrania, Rusia, Gaza e Israel como en todas partes. Como clase que reproduce materialmente la vida social cotidiana y cuyos intereses materiales son diametralmente opuestos a la guerra imperialista, sólo la clase obrera puede impedir una guerra mundial catastrófica. El arma más eficaz contra la guerra en el arsenal de la clase obrera actual es la huelga de masa, la huelga que se extiende geográficamente más allá del marco de la empresa, el sindicato o el sector, que intenta abarcar progresivamente a la mayor parte posible de la clase obrera y persigue objetivos unificadores a escala de la clase. Sólo las huelgas de masa en las grandes potencias pueden imponer una relación de fuerzas de clase que obligue a las principales clases dominantes a frenar sus ambiciones imperialistas y a enfrentarse a su principal enemigo, la clase obrera internacional.

Adoptar y aplicar consignas adecuadas para el desarrollo de la huelga en masa, consignas que sólo los grupos comunistas son capaces de plantear con coherencia, es la vía por seguir para ser “eficaces”, es decir, para “asustar”, aunque sólo sea un poco, a la burguesía. La huelga de masa y la oposición a todos los Estados capitalistas, hasta su destrucción definitiva por la insurrección obrera, es la única alternativa a la guerra generalizada que amenaza.

La redacción, el 25 de diciembre 2023

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Notas:

[1. Históricamente, bajo el impulso del estalinismo, el capital nacional ruso se desarrolló sobre la base de una economía de guerra.

[2. Para quienes duden de esto, que se dirijan a los habitantes de Gaza que fueron salvajemente reprimidos por Hamás a finales de julio/principios de agosto, y en otras ocasiones por la OLP, cuando se manifestaban “contra la subida de precios y las condiciones de vida”, es decir, en términos de clase, contra la miseria impuesta por la facción burguesa de Hamás en el poder en Gaza.