Revolución o guerra n°29

(enero 2025)

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Derrumbe automático del capitalismo o revolución proletaria

Debate sobre la teoría de la crisis del capitalismo :
Comentarios a propósito de un articulo del BIPR (FICCI, 2004)

Publicamos aquí un artículo de la Fracción Interna de la CCI (FICCI) que data de 2004. Fue publicado en su boletín 26. El objetivo político de esta reedición es múltiple. En primer lugar, proseguimos nuestro esfuerzo de reapropiación y reflexión sobre la teoría de la crisis y los debates que ha generado, que iniciamos en el número anterior reproduciendo el texto de Anton Pannekoek sobre La teoría del derrumbe del capitalismo. En segundo lugar, el texto de la FICCI se basa en un artículo del entonces BIPR, hoy Tendencía Comunista Internacionalista, que volvía sobre la cuestión de la decadencia, reafirmando su realidad al tiempo que alertaba contra cualquier visión mecánica o fatalista de la crisis del capital que lo viera derrumbarse por sí mismo, o al menos quedar tan debilitado que bastara un simple tirón de muñeca del proletariado para destruirlo. Evidentemente, compartimos y apoyamos esta visión y esta posición.

Este artículo tiene también el mérito de presentar no sólo el debate entre Pannekoek y Paul Mattick, que tuvo lugar en el medio consejista de los años 30, sobre la crisis en sí, sino también las cuestiones políticas que hay detrás: o cómo la visión catastrofista o fatalista de la crisis está ligada al consejismo, esa forma moderna de oportunismo de orden economicista que Lenin combatió a principios del siglo XX; cómo la visión, llevada por Mattick, según la cual la catástrofe de la propia crisis y sus repercusiones sobre las condiciones de vida del proletariado conducirían mecánicamente a este último a la lucha revolucionaria. El resultado es una subestimación tanto del papel como de la dimensión, o escala, de la conciencia de clase – y, por tanto, del partido político proletario.

Si el texto se hubiera detenido ahí, habría habido sobradas razones para volver a publicarlo hoy. Pero además, y como guinda del pastel, el texto de la FICCI retoma también la teoría de la descomposición de la CCI. Muestra claramente que se trata de una versión moderna de la teoría oportunista del hundimiento automático del capitalismo. Por supuesto, la crítica de la FICCI se mantiene dentro del marco programático de la CCI original – en particular su plataforma de los años 70 – y, por tanto, también de la posición de Rosa Luxemburg expuesta en su libro La acumulación de capital. No podía ser de otro modo, ya que ella se definía e intervenía como « fracción interna » de dicha organización. A este respecto, el texto muestra claramente el salto « cualitativo » que se produjo entre el marco de la decadencia definido por la CCI en los años 70 y la adopción de la teoría de la Descomposición y, sobre todo, la sustitución de facto de la primera por la segunda. No cabe duda de que el análisis original de la decadencia por parte de la CCI presentaba debilidades consejistas. Pero el paso a la descomposición marcó el inicio de un proceso de cuestionamiento de las posiciones históricas de la organización.

Hoy comienzan a aparecer otras críticas a la teoría de la descomposición de la CCI, como las Contra-tesis sobre la descomposición aparecidas en el sitio web opposition-communiste.org, o en el de la revista consejista Controverses. En el caso de Controverses, es lamentable que haya llegado demasiado tarde, ya que los redactores – o el redactor principal – no podían ignorar en aquel momento la lucha de la FICCI, puesto que seguían siendo miembros de la CCI y defendían su posición frente a la fracción.

Sin embargo, el objetivo de esta última parte del texto de la FICCI es precisamente argumentar, demostrar, incluso « desmontar », cómo la teoría de la descomposición está típicamente vinculada al consejismo y a las implicaciones políticas consejistas que implica. Para nosotros hoy, la teoría de la descomposición fue tanto un producto del consejismo congénito de la CCI – que nunca fue realmente capaz de superar a pesar de sus esfuerzos a finales de los 70 y principios de los 80 – como un factor de aceleración de esta deriva consejista oportunista. Remitimos a los lectores a nuestra crítica de la plataforma de la CCI y a nuestra propia plataforma.

Las notas a pie de página proceden de la FICCI. En caso contrario, figuran entre corchetes y se indica 2024.

La Redacción

Bajo el título “Por una definición del concepto de decadencia”, el BIPR ha publicado recientemente, primero en italiano en Prometeo Nº 8 de diciembre 2003, después en su sitio internet en inglés y francés, un artículo donde plantea abierta y sucintamente su posición sobre el concepto de decadencia del capitalismo. El artículo reconoce no solamente que este concepto tiene “validez”, sino que discute la diferencia entre una noción clara de la decadencia del capitalismo y lo que sería una “falsa perspectiva”, y reconoce explícitamente la existencia de una fase ascendente y otra decadente en el capitalismo.

“El valor del término de decadencia reside en la identificación de los factores que, en el proceso de acumulación del capital, en la determinación de las crisis cíclicas, así como para toda otra forma de expresión de las contradicciones económicas y sociales de la sociedad capitalista, vuelve a todos estos fenómenos más agudos, menos administrables, hasta poner cada vez en mayores dificultades los mecanismos mismos que presiden el proceso de valorización y acumulación del capital...

“La investigación sobre la decadencia conduce ya sea a identificar los mecanismos que presiden el enlentecimiento del proceso de valorización del capital con todas las consecuencias que ello conlleva, o bien a desembocar en una falsa perspectiva, vanamente profética o, peor aún, teleológica y privada de cualquier verificación objetiva.”

Queremos saludar y remarcar la importancia de la publicación de este artículo, pues con éste, se abre la posibilidad para una discusión seria y profunda de los acuerdos y divergencias sobre esta cuestión que, ante la perspectiva abierta con el 11 de septiembre de 2001, es más actual que nunca y exige la máxima clarificación por parte de los revolucionarios [1]. Y la mejor manera de hacerlo es expresando nuestras reflexiones y comentarios críticos sobre el mismo; llamando a la vez a los grupos y elementos del campo proletario a que participen también en este necesario debate [2].

Ya que son diversos aspectos los que trata, comenzaremos por tratar aquí solamente la primera preocupación expresada por el BIPR en su artículo, en relación a una confusión que ha existido en el campo proletario entre la noción de “decadencia” y “derrumbe económico” del capitalismo. Demos la palabra al BIPR (los subrayados son nuestros):

“El término de decadencia relativo a la forma de las relaciones de producción y a la sociedad burguesa presenta aspectos de cierto valor pero también ambigüedades. La ambigüedad reside en el hecho de que la idea de decadencia o progresivo declive de la forma productiva capitalista proviene de una especie de proceos ineluctable de autodestrucción que depende esencialmente de su ser mismo. Esto puede compararse con los efectos de autodestrucción que desprenden los neutrones al estrellarse contra los átomos después de su trayectoria impuesta; a pesar de las fuerzas contradictorias, se aproximasn progresivamente hasta su destrucción recíproca. El enfoque atómico va a la par con la posición teleológica de la desaparición y la destrucción de la forma económica capitalista, que sería un acontecimiento históricamente fechado, económicamente ineluctable y socialmente predeterminado. Además de ser un enfoque infantil e idealista, éste termina teniendo repercusiones negativas sobre el plano político, al generar la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo, basta con observar al margen o, en el mejor de los casos, con intervenir en una situación de crisis, y solamente en ésta, ya que los instrumentos subjetivos de la lucha de clase son percibidos como el último empujón de un proceso irreversible. Nada es más falso. El aspecto contradictorio de la forma capitalista, las crisis económicas que derivan de ésta, el renuevo del proceso de acumulación que es momentáneamente interrumpido por las crisis pero que recibe nuevas fuerzas a través de la destrucción de capitales y medios de producción excedentes, no condicionan automáticamente su desaparición.

“O bien interviene el factor subjetivo, del que la lucha de clase es el eje material e histórico, y las crisis la premisa económica determinante, o bien el sistema económico se reproduce, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones, sin por ello crear las condiciones de su propia destrucción.” (Por una definción del concepto de decadencia. Subrayados nuestros).

Efectivamente. La idea de que, con la entrada en su fase de decadencia, el capitalismo podría autodestruirse, hundirse por sí mismo, bajo el peso de sus contradicciones puramente económicas, al margen de la lucha de clases, ha tenido que ser combatida constantemente a lo largo de la historia en el campo marxista. Esta cuestión la hemos abordado ya, de paso, en varias partes de nuestra serie sobre la decadencia. Recordábamos allí, por ejemplo, cómo Rosa Luxemburg había tenido ya que que alertar contra esta posible interpretación de su teoría:

“... el capital va preparando su bancarrota por dos caminos. De una parte, porque, al expansionarse a costa de todas las formas no capitalistas de producción, camina hacia el momento en que toda la humanidad se compondrá exclusivamente de capitalistas y proletarios asalariados, haciéndose imposible, por tanto, toda nueva expansión y, como consecuencia de ello, toda acumulación. De otra parte... el capitalismo va agudizando los antagonismos de clase y la anarquía política y económica internacional en tales términos que, mucho antes de que se llegue a las últimas consecuencias del desarrollo económico, es decir, mucho antes de que se imponga en el mundo el régimen absoluto y uniforme de la producción capitalista, sobrevendrá la rebelión del proletariado internacional, que acabará necesariamente con el régimen capitalista.” (Rosa Luxemburg, Anticrítica, p380).

“Rosa lleva su razonamiento teórico hasta el límite, donde toda acumulación sería ‘imposible’. Si bien a renglón seguido, como previendo ya las falsas conclusiones, precisa que ‘mucho antes sobrevendrá la rebelión del proletariado internacional’. Ese punto límite es solamente un recurso teórico, una especie de ‘punto de fuga en el horizonte’ inalcanzable, cuyo único sentido es subrayar el límite histórico del capitalismo. Esto era tanto más necesario por cuanto en ese momento había que combatir la peligrosa teoría del ‘desarrollo ilimitado y pacífico’ del capitalismo. Es solamente posteriormente, en otras circunstancias históricas, las de la contrarrevolución stalinista, y ante otro combate político, el de la lucha contra la teoría de la ‘estabilización’ del capitalismo, que se desarrollaría propiamente la teoría del ‘derrumbe’ del capitalismo, erróneamente atribuida en ocasiones a Luxemburg, teoría según la cual el capitalismo podría hundirse, colapsarse al llegar a un punto la contradicción ‘económica’, sin mediación de la lucha de clases, que es lo que Rosa rechaza explícitamente.” (Guerra imperialista o revolución proletaria. La decadencia del capitalismo y el marxismo. Boletín de la Ficci Nº 19, junio 2003)

La “teoría del derrumbe del sistema capitalista” de Grossmann

Pero, seguramente, a partir de la segunda mitad de los años 1920, la fuente principal de confusión entre la noción de “decadencia” y la de “derrumbe económico” del capitalismo ha sido la obra La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista, de Henryk Grossmann.

Grossmann intentaba combatir las teorías que defienden la posibilidad de que el capitalismo pueda alcanzar una situación de equilibrio, desarrollo pacífico, ilimitado y sin crisis; sin embargo, al hacerlo, erigió una teoría peculiar que, a pesar de proclamarse como la primera en “reconstruir el método y esclarecer el sistema teórico de Marx”, contenía en realidad profundas desviaciones tanto del método materialista-histórico, como de la teoría sobre la acumulación capitalista formulada por Marx:

- Primero, al rechazar los desarrollos teóricos anteriores en el campo revolucionario en relación a los límites históricos del capitalismo y la decadencia (particularmente la teoría de Rosa Luxemburg, pero no solamente) como meras interpretaciones “erróneas” de Marx, sin tratar de comprender antes su significado histórico; el combate de clase específico que expresan, la verdad histórica, relativa a un periodo determinado que contienen.

- Segundo, al deducir su teoría especulativamente, no del desarrollo histórico real, sino de una nueva interpretación de los famosos “esquemas de reproducción” de Marx, para luego tomar algunos acontecimientos reales como “prueba” de esa teoría. En efecto, Grossmann retoma los esquemas elaborados por Bauer para refutar a Luxemburg y los continúa aritméticamente por varias décadas, mostrando que incluso a partir de esos esquemas se llega finalmente a una paralización, a un “derrumbe” de la acumulación capitalista. Con esa “comprobación”, Grossmann podría haber llegado simplemente a la misma conclusión de Luxemburg, a saber: que el problema del destino histórico del capitalismo no se resuelve mediante la elaboración de un esquema cualquiera. En lugar de eso, Grossmann se lanzó a elaborar toda una teoría del “derrumbe del capitalismo” ocasionado por una “falta de valorización en relación a una sobreacumulación”, por una “disminución de la masa de plusvalor”, que es lo que se desprendía del esquema que elaboró. Más con ello desplazó el problema crucial de la economía política que Marx lograra explicar críticamente, es decir, la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, como producto de la contradicción fundamental entre la tendencia al desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas y las relaciones capitalistas de producción limitadas por la búsqueda del beneficio, la acumulación; dejó de lado precisamente la tendencia detrás de la que se descubre la existencia de un límite histórico del capitalismo.

- Tercero, al concluir Grossmann de su propia teoría el derrumbe del capitalismo puramente a partir de sus contradicciones económicas, al llegar un momento en que la acumulación se vuelve “inútil” para los capitalistas:

“... a pesar de todas las interrupciones periódicas y atenuaciones de la tendencia al derrumbe, con el progreso de la acumulación capitalista, el mecanismo global marcha necesariamente hacia su fin, pues con el crecimiento absoluto de la acumulación de capital, cada vez se torna gradualmente más difícil la valorización del capital generado. Si estas tendencias contrarias llegaran a debilitarse o a paralizarse (...), entonces la tendencia al derrumbe adquiere predominio y se impone en su validez absoluta como “última crisis.” (Grossmann, La ley de la acumulación y del derrumbe del sistema capitalista pág. 95, Siglo XXI Ed)

Esta noción de “derrumbe económico” se repite a lo largo del libro de Grossmann, con lo que se convierte en el modelo típico de la concepción de un fin “automático” del capitalismo, por más que el propio Grossmann (y sus defensores, como Mattick) intenten rechazar esta noción. Así, en el último capítulo de su libro, Grossmann considera, efectivamente, la cuestión de la lucha de clases como ámbito a donde desemboca toda la cuestión económica. Sin embargo, Grossmann reduce la lucha de clases a la lucha por aumentos salariales, a la presión que ejerce sobre la tendencia al derrumbe económico la lucha por aumentos salariales: la tendencia al derrumbe se atenúa si los salarios bajan y se acelera si estos suben. Y, en el mismo sentido, reduce el significado de la revolución:

“El objetivo final por el que la clase obrera combate... consiste, tal como lo indica la ley del derrumbe puesta aquí de manifiesto, en el resultado producido por la lucha de clases inmediata de todos los días, y cuya materialización se ve acelerada por estas luchas.” (“La ley de la acumulación...” pág. 389)

Es decir, la lucha por salarios (“la lucha inmediata de todos los días”) “acelera la materialización” del derrumbe económico del capitalismo. Grossmann reduce, a final de cuentas, la lucha de clases (una vez reducida ésta a su vez a la lucha por salarios) a una variable dentro de su teoría económica del derrumbe, y esto hasta la revolución. No niega “la cuestión política que atañe al poder”, no niega la necesidad de la revolución proletaria; “simplemente” la identifica con el derrumbe económico, la diluye en éste. Pero entonces, como señala el BIPR:

“Además de ser un enfoque infantil e idealista, éste termina teniendo repercusiones negativas sobre el plano político, al generar la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo, basta con observar al margen o, en el mejor de los casos, con intervenir en una situación de crisis, y solamente en ésta, ya que los instrumentos subjetivos de la lucha de clase son percibidos como el último empujón de un proceso irreversible.”

La corriente “consejista” y la teoría del derrumbe

La teoría de Grossmann estuvo en el centro de importantes discusiones en el campo proletario en los años 1930, especialmente dentro de la corriente de los comunistas de consejos.

Anton Pannekoek la rechazó y criticó, no solamente desde el punto de vista teórico, sino también del método. Según Pannekoek, Grossmann mantiene una postura mecanicista, en la que las leyes sociales económicas se imponen sobre los hombres como si fueran un “poder sobrehumano” independiente; para Marx, en cambio, existe una relación dialéctica entre las leyes y necesidades sociales y la voluntad y acción de los hombres:

“Para Marx el desarrollo de la sociedad humana, es decir también el desarrollo económico del capitalismo, es determinado por una férrea necesidad, semejante a una ley natural. Pero dicho desarrollo es a la vez la obra de los hombres, que desempeñan en él un papel al determinar cada quien sus acciones en forma consciente e intencionada, aun cuando no con una conciencia de la totalidad social... toda necesidad social se impone por medio de los hombres; esto significa que el pensamiento, la voluntad y la acción humana ... son determinados completamente por el efecto del medio ambiente; y sólo mediante la totalidad de estas acciones humanas determinadas principalmente por fuerzas sociales se impone en el desarrollo social una sujeción a la ley...”

(A. Pannekoek. “La teoría del derrumbe del capitalismo”. Rätekorrespondenz Nº 1, 1934. En: “¿Derrumbe del capitalismo o sujeto revolucionario? Pág 78; Siglo XXI Editores – Cuadernos de Pasado y Presente Nº 78).

En otros términos, si bien las relaciones de producción que establecen entre sí los hombres conforman el eje del desarrollo social, las relaciones sociales no se reducen a éstas, ni son las únicas que lo determinan; interactúan en éste todas ellas, y en particular las relaciones políticas, la lucha de clases. En contra de “la deducción de que el capitalismo debe derrumbarse desde el punto de vista puramente económico en el sentido de que –independientemente de las interferencias y revoluciones de los hombres- no puede seguir subsistiendo como sistema económico”, Pannekoek define el derrumbe del capitalismo no como otra cosa que como el resultado de la revolución proletaria:

“La economía, como totalidad de los hombres que trabajan y se afanan por sus necesidades vitales, y la política (en sentido amplio) como totalidad de los hombres que por sus necesidades vitales operan y luchan en cuanto clase, constituyen un ámbito único que se desarrolla según leyes precisas. La acumulación del capital, las crisis, la pauperización, la revolución proletaria, la toma de posesión del poder por parte de la clase obrera forman juntas una unidad indivisible que actúa como ley natural: el derrumbe del capitalismo.” (Pannekoek. Lugar citado).

Por su parte, Paul Mattick, al asumir la defensa del libro de Grossmann, no solamente rechaza la crítica que se le hace sobre un “derrumbe por motivos puramente económicos” e “independientemente de la intervención humana”, sino que reafirma que “el análisis de la acumulación capitalista desemboca en la lucha de clases” y que el final del capitalismo será producto de la revolución proletaria. Incluso retoma la noción de Rosa Luxemburg, entre la perspectiva de llegar a un punto donde la acumulación se vuelve “imposible” y la realidad histórica de que “mucho antes” sobrevendrá la revolución proletaria:

“El reconocimiento teórico de que el sistema capitalista, por sus contradicciones internas, debe necesariamente ir hacia el derrumbe no induce en absoluto a considerar que el derrumbe real sea un proceso automático, independiente de los hombres... Antes de que el ‘punto-límite’ logrado teóricamente en base a un conjunto de abstracciones encuentre su paralelo en la realidad, los obreros ya habrán realizado su revolución.” (P. Mattick. “Sobre la teoría marxiana de la acumulación y del derrumbe”. Rätekorrespondenz Nº 4, 1934. En: “¿Derrumbe del capitalismo o sujeto revolucionario? Pág 87; Siglo XXI Editores – Cuadernos de Pasado y Presente Nº 78).

En realidad, aquí Mattick desarrolla una postura política propia, en la que se separa de Grossmann, pues para éste el “derrumbe económico” no es un “punto-límite teórico” distinto de la “revolución” como afirma aquél, sino, por el contrario, es el punto en que precisamente coincide, se identifica la “imposibilidad de continuar la acumulación” con el paso del control de la sociedad a manos del proletariado.

Así pues, el fondo del debate entre Pannekoek y Mattick sobre la obra de Grossmann, no radica en la posibilidad, o no, de un “derrumbe automático” del capitalismo, pues ambos, además de rechazar explícitamente esta noción, reafirman claramente que el fin del capitalismo solamente llegará con la revolución proletaria. Su real divergencia se centra, en cambio, precisamente en las condiciones para ésta última, en las condiciones para el desarrollo de la lucha y conciencia revolucionarias del proletariado.

Mattick le critica a Pannekoek el hacer abstracción de las condiciones materiales necesarias que abren una situación revolucionaria, un curso hacia la toma revolucionaria del poder por parte del proletariado: unas condiciones de profunda crisis, sin salida, del capital, que traería aparejada una pauperización insoportable de las masas trabajadoras, las cuales se verían empujadas a una lucha definitiva contra el capital -condiciones que Mattick, retomando los conceptos de Grossmann, llama “tendencia o incio del derrumbe”. Y en efecto. Para el Pannekoek de los años 1930, las situaciones catastróficas del capitalismo (las crisis, las guerras) si bien empujan a la “pérdida de ilusiones” sobre una posibilidad de mejoramiento en el marco del capitalismo, y a la lucha de clase del proletariado, dichas situaciones son tan sólo una constante del capitalismo que no determina en última instancia la apertura de un curso hacia la revolución. Lo determinante, según Pannekoek es la toma de conciencia, la “autoeducación” de las masas proletarias:

“Parece como una contradicción que la crisis actual, tan profunda y nefasta como ninguna otra antes, nada muestra de una despertante revolución proletaria. Pero la supresión de viejas ilusiones es su primer gran tarea (...). La clase obrera misma, como masa, ha de dirigir la lucha y se ha de acoplar a las nuevas formas de lucha (...) y aunque esta crisis disminuya, nuevas crisis y nuevas luchas habrán de sobrevenir. En estas luchas la clase obrera desarrollará su fuerza combativa, encontrará sus metas, se educará, se volverá independiente y aprenderá a tomar en sus propias manos su destino, es decir la producción social... La autoliberación del proletariado es el derrumbe del capitalismo.” (Pannekoek, pág 83-4).

Por el contrario, para Mattick es precisamente la tendencia al derrumbe económico del capitalismo, al producir un empeoramiento de las condiciones de vida del proletariado la que conduciría, de manera natural, espontánea (incluso podríamos decir mecánica) a la lucha revolucionaria de la clase:

“Las luchas de clases dependen de la posición de clase del proletariado, ellas tendrán así necesariamente siempre un carácter económico. No es sino hasta que se inicia el derrumbe, es decir cuando el capital puede seguir existiendo únicamente en base a la pauperización absoluta y continua de las masas, cuando trastoca esta lucha económica, resulte esto consciente o no para las masas, en lucha política, la cual cuestiona el poder... la revolución les es impuesta a los hombres a través de esta situación económica...” (p. 105).

Y asimismo, mientras que para Pannekoek la conciencia de clase es lo determinante, para Mattick, por el contrario, la conciencia de clase es meramente un producto, un reflejo de las condiciones materiales y de la actividad espontánea de las masas, y no desempeña propiamente ningún papel activo en la transformación de las luchas “económicas” en “políticas”; para Mattick la revolución surge únicamente de la “necesidad” económica, de la que la conciencia es meramente un reflejo pasivo:

“... la conciencia ha de imponerse a fin de cuentas, pero bajo tales condiciones [bajo el capitalismo] únicamente lo puede hacer concretizándose. Los hombres hacen por necesidad aquello que harían bajo relaciones libres por propia voluntad.... La insurrección de las masas no puede desarrollarse del “intelecto-conciencia”; las condiciones capitalistas de vida descartan esta posibilidad ya que la conciencia es a fin de cuentas siempre sólo la de la práctica existente. Y sin embargo, las necesidades materiales de las masas las impulsan a acciones como si realmente estuvieran educadas revolucionariamente; se vuelven ‘conscientes de los hechos’. Sus necesidades vitales no tienen otra posibilidad de expresión que la revolucionaria. La acción revolucionaria del proletariado no puede ser explicada por otros motivos que los de sus necesidades materiales vitales. Pero éstas dependen de la condición económica de la sociedad. Si el capital no tiene un límite objetivo, entonces tampoco se puede contar con una revolución.” (p. 105-6).

Por un lado, Pannekoek llega a la conclusión de que la noción de “derrumbe económico” no es sino otro subterfugio para introducir la justificación de la necesidad de un partido que dirija a las masas proletarias, ya que a partir de esa noción se tendría que aceptar que la sublevación revolucionaría podría tener lugar sin que las masas proletarias hubieran “madurado revolucionariamente”, es decir, sin necesidad de haber arribado a la conciencia de clase, bastando entonces que un partido tomara el poder en su nombre:

[A partir de la teoría de Grossmann se deduciría que la revolución] “es independiente de su madurez revolucionaria [de los obreros] de su capacidad de tomar en sus manos ellos mismos el dominio sobre la sociedad y mantenerlo. Esto significa que un grupo revolucionario, que un partido con objetivos socialistas tiene que emerger como nuevo dominio en lugar del viejo…” (pág. 82)

Por el otro lado, Mattick concluye que la pauperización absoluta que viene con el “derrumbe económico” sería suficiente para la apertura del curso revolucionario, ya que la conciencia sería solamente algo posterior y pasivo, un reflejo de la propia actividad revolucionaria de las masas, la cual surgiría de la pura “necesidad” económica.

Así, detrás de la polémica sobre el “derrumbe” vemos, pues, una muestra de cómo se escindió ideológicamente, en el seno de la corriente “consejista”, la relación dialéctica existente entre las condiciones materiales (“económicas”) y las condiciones de organización y conciencia (“políticas”) indispensables para la apertura de un curso hacia la revolución. Pero, como señalan acertadamente los camaradas del BIPR:

O bien interviene el factor subjetivo, del que la lucha de clase es el eje material e histórico, y las crisis la premisa económica determinante, o bien el sistema económico se reproduce, reeditando a un nivel superior todas sus contradicciones...”

La nueva teoría del “derrumbe automático del capitalismo”

No podemos terminar este breve repaso de las teorías “derrumbistas” sin evocar la teoría sobre la “descomposición social” que sostiene la actual CCI. No pretendemos volver aquí a la crítica general de dicha teoría, la cual hemos abordado ya en diversas ocasiones [3]. Aquí solamente queremos llamar la atención sobre cómo esta teoría, en la medida en que se ha convertido en la bandera de una organización degenerante, se ha vuelto cada vez más una teoría con rasgos análogos a las teorías derrumbistas del pasado.

Expresada de manera general, esta teoría plantea que, ante el atolladero histórico al que llegan las dos clases fundamentales de la sociedad capitalista, la burguesía y el proletariado, ya que se bloquean mutuamente el paso a una solución histórica a la crisis económica crónica del capitalismo, es decir el proletariado logra frenar el estallido de una nueva guerra imperialista mundial, pero no es capaz de elevar sus luchas hasta un movimiento revolucionario internacional; ante este atolladero histórico la persistencia de la crisis económica abre paso, entonces, a una fase “terminal” de la decadencia del capitalismo, que lleva a una creciente descomposición del tejido social, a una creciente disgregación de las relaciones sociales en todos los ámbitos y en todas las clases, al “cada uno para sí”, al caos y la irracionalidad y las calmidades de todo tipo (terrorismo acrecentado y sin control, guerras y conflictos regionales, catástrofes provocadas por fenómenos naturales, hambrunas, epidemias, gangsterismo, etc.). Pero las consecuencias más importantes de la descomposición se encuentran, en el plano de las clases sociales: Por un lado la tendencia al cada uno para sí en la burguesía lleva la posibilidad de que ésta no logre organizarse ya en “bloques” imperialistas, con lo que se cierra la alternativa de una nueva guerra mundial; por el otro la influencia de la descomposición en el proletariado lleva el peligro de que éste pierda definitivamente sus capacidades para unificarse, tomar conciencia y extender su lucha revolucionaria; es decir la descomposición social lleva el peligro de que la alternativa histórica de guerra o revolución se extinga definitivamente, abriendo paso a una tercera “alternativa”: el hundimiento de la humanidad enmedio de la descomposición.

Ciertamente, pues, la teoría de la descomposición contiene, desde su origen, un elemento “derrumbista”: la posibilidad de que el capitalismo (y con él la humanidad entera) llegara a su fin no como producto de la lucha de clases, sino como producto de la prolongación indefinida y sin salida de la crisis, de la mera imposibilidad de seguir adelante como sistema. Sin embargo, hay que notar que al principio –y durante años- junto a la noción de la “descomposición”, la CCI mantuvo –de manera contradictoria- el análisis marxista “clásico” de la crisis, las pugnas imperialistas y la lucha de clases. Así por ejemplo, en las tesis sobre la descomposición de 1990, ésta aún era considerada como un fenómeno de la “superestructura”, es decir como un “efecto”, mientras la crisis económica aparecía aún como lo determinante de la situación social: “La crisis económica, al contrario de la descomposición social, la cual concierne esencialmente las superestructuras, es un fenómeno que afecta directamente la infraestructura de la sociedad en la que se basan aquéllas; por eso, la crisis pone al desnudo las causas primeras de toda la barbarie que se cierne sobre la sociedad, permitiendo así al proletariado tomar conciencia de la necesidad de cambiar radicalmente de sistema...” (“La descomposición, fase última de la decadencia del capitalismo”, tesis 17. Revista Internacional Nº 62. 1990)

Actualmente, en cambio, la CCI no solamente ha llegado a la conclusión de que la descomposición se ha convertido en “el factor central de la evolución de toda la sociedad” sino que “la Descomposición significa un lento proceso de aniquilamiento de las fuerzas productivas hasta un punto en que la construcción del comunismo se vuelve en adelante imposible.” (Comprender la descomposición del capitalismo I. Revista Internacional 117, 2004)

Aquí, la CCI no se refiere a la destrucción de fuerzas productivas que conlleva la crisis capitalista, sino al capitalismo como un todo en la fase de Descomposición en que habría entrado, se refiere a un proceso general, que “conduce de manera lenta pero irreversible a la destrucción de la humanidad”. Es decir que, para la CCI, ahora el modo de producción capitalista no implica ya una tendencia al desarrollo de las fuerzas productivas, sino todo lo contrario: implica un proceso de destrucción de las fuerzas productivas. Así, la actual CCI niega su propia teoría de la decadencia, la cual rechazando la tesis de Trotsky de que “las fuerzas productivas de la humanidad han dejado de crecer” planteaba que “es cierto que se producen bloqueos absolutos del crecimiento de las fuerzas productivas durante la fase de decadencia. Pero sólo surgen momentáneamente, pues en el sistema capitalista no puede haber vida económica sin acumulación creciente y permanente del capital.” (CCI. En: “La decadencia del capitalismo”.- ¿Qué desarrollo de las fuerzas productivas?. Pág .15 edición en español)

Pero, con su nueva definición, la CCI actual no solamente niega su teoría de la decadencia, sino que niega, sencillamente, ni más ni menos, la contradicción fundamental del capitalismo tal como fue enunciada por el propio Marx, para quien ésta “consiste en que el modo capitalista de producción implica una tendencia al desarrollo absoluto de las fuerzas productivas ... mientras que, por otra parte, tiene como finalidad la conservación del valor de capital existente y su valorización... [en que] los límites dentro de los cuales únicamente puede moverse la conservación y valorización del capital... entran constantemente en contradicción con los métodos de producción que debe emplear el capital para su objetivo, y que apuntan hacia un aumento ilimitado de la producción... hacia un desarrollo incondicional de las fuerzas productivas sociales del trabajo...” (Carlos Marx. El Capital, Tomo III, Cap XV, Apdo II: Conflicto entre expansión de la producción y valorización. – Siglo XXI Editores, pág 320-1)

En el mismo sentido, en un principio la CCI era capaz de analizar en relación a la vida de la burguesía, junto a la “tendencia al cada uno para sí y al caos”, la tendencia a la formación de un nuevo juego de bloques imperialistas como tendencias contradictorias actuantes simultáneamente. Hoy, en cambio, la CCI desliza cada vez más la idea de que las grandes potencias no solamente ya no marchan hacia una guerra imperialista generalizada, sino que serían cada vez más –y en primer lugar los Estados Unidos- las principales promotoras de la paz y el orden social al tratar de prevenir el descenso de la periferia en el caos y las guerras regionales. Con lo que se abren de par en par las puertas al oportunismo, es decir a una política de colaboración de clases.

Y, finalmente, en relación al proletariado, mientras originalmente la descomposición significaba “dificultades adicionales” para su lucha, actualmente la CCI desarrolla cada vez más la noción de “pérdida de identidad” de la clase obrera, con lo que quiere dar la idea de que con la descomposición hemos entrado en una fase de disgregación y desmembramiento de sector tras sector de la clase obrera, es decir en un proceso de práctica desaparición de la clase obrera como tal.

Finalmente, la erosión de los fundamentos del marxismo en el ámbito “económico” tiene su contraparte en la erosión de estos en el ámbito “político”:

“La descomposición obliga al proletariado a afilar las armas de su conciencia, de su unidad, de su confianza en sí mismo, de su solidaridad, de su voluntad y de su heroísmo...” afirma la actual CCI. Sin embargo, según esta misma CCI, la descomposición produce exactamente lo contrario: “los efectos de la descomposición tienen un impacto profundamente negativo sobre la conciencia del proletariado, sobre su sentido de sí mismo como clase,... sirven para atomizar a la clase, para acrecentar las divisiones en su seno, para disolverla...” (“Comprender la descomposición del capitalismo I”. Revista Internacional 117. 2004)

¿Cómo, entonces, se puede decir que “la descomposición obliga al proletariado a afilar las armas de su conciencia, etc.”?

Cuando, por ejemplo, el marxismo (y con éste la “vieja” CCI) afirma que la crisis, al agravar las condiciones de vida del proletariado, “le obliga” a levantarse a luchar, expresa una necesidad objetiva, producto de las propias condiciones materiales del capitalismo. En cambio ahora, cuando la CCI afirma que la descomposición “obliga” al proletariado a afilar las armas de su conciencia, no expresa una necesidad objetiva; lo que expresa, es simplemente el deseo de la propia CCI de que el proletariado “afile las armas de su conciencia, etc”, deseo que, sin embargo, no tiene ningún sustento material (pues según la propia CCI, lo que produce la descomposición de manera objetiva es precisamente todo lo contrario). Así, la CCI rebaja el determinismo histórico a un mero imperativo moral.

Toda esta “evolución” de la teoría de la descomposición en el seno de la CCI, y en particular en los últimos años, no puede explicarse como un mero reflejo de la multiplicación y extensión de los fenómenos que trata de explicar. Es cierto que, a finales de los años 1980 asistimos, efectivamente, a un periodo de “atolladero histórico”, el cual se confirmó con el derrumbe del bloque imperialista del Este, con el que no solamente se alejó momentáneamente el peligro de una tercera guerra mundial, sino que, ante todo, el proletariado, sin llegar a sufrir una derrota histórica de la magnitud de la que vivió a partir de la segunda mitad de los años 1920, sí entró en un periodo de confusión, desmoralización y retroceso de sus luchas como producto de la implosión del bloque del Este y de la campaña que desató la burguesía sobre “el fin del comunismo”, “la victoria final de la democracia” y el “final de la historia”; y es en la interpretación de este periodo que encuentra su origen y explicación la teoría de la “descomposición social”.

Sin embargo, y especialmente a partir del 2001 (marcado por el derrumbe de las torres gemelas), con la nueva expresión abierta de una tendencia a la bipolarización imperialista y a la guerra generalizada, por un lado, a la vez que por el otro el proletariado da muestras de una reanudación internacional de sus luchas de clase (Argentina, Francia, Inglaterra, Italia...), es decir, mientras la alternativa de guerra o revolución vuelve al frente del escenario histórico, es notorio que la CCI no solamente ya no ha sido capaz de analizar este cambio, ni de reconocer que el “atolladero histórico” solamente podía ser momentáneo, sino que ahora llega al grado de negar –e incluso de ocultar a sabiendas- estas expresiones de la alternativa histórica de clase, y abandona cada vez más hasta las nociones básicas del marxismo, todo a cambio de sostener e imponer la teoría de la descomposición, por más que ésta se revela cada vez más acartonada y absurda.

Así, al igual que en los otros casos de teorías “derrumbistas”, el predominio dogmático de la teoría de la “descomposición” por encima del análisis marxista, no se explica solamente por las condiciones sociales “objetivas”, y menos aún cuando estas últimas tienden a cambiar, desmintiendo la teoría que trataba de explicarlas. Éste se explica solamente por las dificultades internas de la organización en cuyo seno surgió dicha teoría, por la pérdida de capacidad de crítica y análisis, porque existen trabas en el interior para cuestionar dicha teoría y, finalmente, porque esta teoría se ha convertido en un instrumento de justificación de un postura política determinada.

Es notable que la actitud política de la actual CCI, presente también ciertas analogías con la de los viejos “consejistas”. En efecto, los consejistas consideraban que la clase obrera no requería de una organización política que la orientara, que la dirigiera políticamente (o, en última instancia, como en el caso de Pannekoek, reducían el papel de los revolucionarios a una especie de educadores o consejeros), postura que llevaba en sí misma la disolución de las propias organizaciones consejistas. La CCI actual, por su parte, adopta cada vez más una actitud de pasividad y desprecio ante las luchas obreras que implícitamente niegan su función como factor activo de orientación e impulso dentro de la clase obrera (o reduce su papel al de “cultiver y développer las cualidades de la clase obrera” –sic, Rint 117- para contrarrestar los efectos de la descomposición), lo que plantea inherentemente su liquidación a plazo. Y es cierto, como señala EL BIPR que tanto la teoría del “derrumbe”, como la de la “descomposición” terminan “teniendo repercusiones negativas sobre el plano político, al generar la hipótesis de que para ver la muerte del capitalismo, basta con observar al margen”.

Finalmente, la teoría de la “descomposición social” también ha ganado el ámbito del funcionamiento de la organización de revolucionarios. Según ésta, la descomposición social trae aparejada una tendencia de los militantes a dejarse arrastrar por el individualismo y la ideología burguesa en general; a formar clanes y bandas dentro de la organización; de allí que la teoría de la descomposición haya servido también, ante todo, para justificar, con el pretexto del combate a los “clanes” y “elementos turbios”, la política tipo “bolchevizadora”, disciplinaria, de “laminación” de opiniones divergentes, de ahogamiento de debates y prohibición de las oposiciones (fracciones) que se ha introducido y domina a la CCI en los últimos años. Así, al igual que en otras teorías “derrumbistas”, detrás de la teoría de la descomposición se descubre la tendencia a la liquidación –de una u otra forma- de la organización revolucionaria.

Junio 2004

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Notas:

[1. Es lo que hemos tratado de mostrar en la serie de artículos sobre la historia de la teoría de la decadencia, publicados en nuestro boletín (números: 19, 20, 22 y 24).

[2. Que esta necesidad se resiente en el campo proletario, lo prueba no solamente el debate reciente alrdedor de la CCI, sino la publicación reciente de otros artículos sobre el tema por diferentes grupos y personas.

[3. Ver por ejemplo: La evolución aleatoria de lo que fue una organización marxista (y por tanto determinista) – Boletín de la FICCI 21, oct 2003. La decadencia del capitalismo y el marxismo, cuarta parte. La teoría de la CCI - (Boletín de la FICCI 24, abril 2004. Contrasentidos en la teoría de la descomposición y los pasos de la CCI hacia el oportunismo - Boletín de la FICCI 24, abril 2004.