(Septiembre de 2014) |
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El marxismo es proletario y revolucionario, el anarquismo jamás lo ha sido (extractos)
Reproducimos enseguida extractos de un texto del Boletín comunista internacional N°6 de la FGCI (El marxismo es proletario y revolucionario, el anarquismo jamás lo ha sido) de 2011. Originalmente, este texto tenía como objetivo denunciar la apertura oportunista de la CCI hacia el anarquismo como corriente política, y recordar la oposición teórica y de principios, de clase, entre ésta y el marxismo, arma y método téorico del proletariado. Ahora, estimamos necesario volver a publicarlo, luego de la lectura de un artículo del grupo inglés Communist Workers Organisation de la TCI: Marxismo y anarquismo. Éste, si bien no llega a la postura abiertamente oportunista de la CCI ni al abandono de la posición de siempre del marxismo y de la Izquierda comunista, abre la puerta a la idea de que el curso de la historia anarquista y anarcosindicalista presente políticamente algunos paralelos con el curso que ha seguido el marxismo”. El artículo expresa la esperanza de que se pueda terminar por comprender que “la verdadera división no es entre el marxismo y el anarquismo en sí, sino entre los revolucionarios que ven el futuro (...) sin clases ni Estado y los que se proclaman marxistas o anarquistas, pero defienden una visión deformada del capitalismo”; es decir entre los revolucionarios y los reformistas” de las dos corrientes. De golpe, el artículo presenta a stalinistas, trotskistas y maoístas como expresiones reformistas del marxismo, que cometen errores, en lugar de denunciarlos por su traición y ruptura con el marxismo [1]. Y, por otra parte, rehabilita a la parte supuestamente revolucionaria de la corriente política del anarquismo mientras que, a todo lo largo de la historia, ésta ha manifestado su quiebra desde el punto de vista proletario al alinearse sistemáticamente detrás ... del Estado burgués ya sea durante las guerras imperialistas, ya sea durante los periodos revolucionarios. Y es solamente al romper con las posiciones teóricas y políticas del anarquismo, al unirse a la corriente marxista, que los militantes “anarquistas” sinceros y dedicados a la causa del proletariado, pudieron participar, por ejemplo, en la revolución rusa al lado del partido bolchevique de Lenin y, para los más determinados de ellos, al adherir a éste.
Las concesiones hechas en ese artículo de CWO al anarquismo tienen consecuencias políticas inmediatas y peligrosas desde el punto de vista político -lo hemos visto con la clasificación de los stalinistas y trotskistas como “marxistas reformistas”:
“no hay duda de que los marxistas han tenido un mayor bagaje que abandonar sobre esta cuestión” del Estado.. ¡mientras que la teoría marxista sobre el Estado es no solamente única, sino central en la teoría del proletariado! No es porque las corrientes stalinista y trotskista ya no tienen nada que ver con el marxismo, porque “no comprenden la cuestión del Estado” que éstas se han vuelto los oponentes en el seno mismo de la clase obrera.
Al parecer, el artículo apoya las posiciones políticas desarrolladas por la fracciónde izquierda del partido bolchevique de 1918, formada principalmente por Bujarin y Rádek, quienes, apenas unas semanas después de la toma del poder por el proletariado en Rusia, “condenaba a la dirección de la revolución por conducir al capitalismo de Estado” y que es conocida sobre todo por haber denunciado la paz firmada en Brest-Litovsk (1918) entre el nuevo poder obrero y Alemania. No podemos desarrollar aquí al respecto, sólo recordamos que la izquierda comunista, particularmente la llamada “italiana” -no porque se tratara de un dogma intangible, sino para volver y estudiar el por qué y cómo- criticó, con razón y en continuidad con Lenin, el “izquierdismo” de esta fracción y su aventurerismo político.
Para nosotros, en la situación histórica actual (sobre todo después del fin del stalinismo, la caída de la URSS y las campañas anticomunistas), toda concesión teórica y política de la Izquierda comunista ante la corriente política anarquista es particularmente peligrosa tanto desde el punto de vista del proletariado como un todo, como para el campo revolucionario. La ideología anarquista, por sus temas antiestatales, su apoliticismo, sus críticas al marxismo, a la revolución rusa, al partido bolchevique, participa de lleno en las campañas anticomunistas y en el fortalecimiento de la ofensiva ideológica de la burguesía contra el marxismo. Considerar que el anarquismo, al menos una parte supuestamente “revolucionaria” o “internacionalista”, pudiera hacer causa común con el marxismo, o hasta constituir una corriente “paralela” de éste, representa un debilitamiento del combate teórico y político contra la ideología burguesa.
Los grupos de la Izquierda comunista deben mantenerse en el terreno del marxismo revolucionario, tratando de “(...) convencer incluso a los más jóvenes de que, en cualquier circunstancia, el Anarquismo no es sino un sinónimo de reacción; y que entre más honestos sean los hombres y mujeres que se metan en este juego reaccionario, más trágico y peligroso se volverá para el conjunto del movimiento de la clase obrera.” (Eleanor Marx, 1895).
El GIIC, mayo 2014.
El marxismo es proletario y revolucionario, el anarquismo jamás lo ha sido (extractos)
Recordemos, de entrada, en qué sentido Marx y Engels, -hace ya siglo y medio- consideraban necesario el combate, “la exclusión” del anarquismo de las filas del movimiento obrero internacional (en aquel tiempo, la no admisión de la “Alianza internacional de la democracia socialista” de Bakunin) :
La primera etapa de la lucha del proletariado contra la burguesía se desarrolló bajo el signo del movimiento sectario. Este tiene su razón de ser en una época en que el proletariado no está aún suficientemente desarrollado para actuar como clase. Pensadores individuales hacen la crítica de los antagonismos sociales y dan para ellos soluciones fantásticas que la masa de los obreros no tiene más que aceptar, propagar y poner en práctica. Por naturaleza, las sectas formadas por estos iniciadores son abstencionistas, extrañas a todo movimiento real, a la política, a las huelgas, a las coaliciones; en una palabra, a todo movimiento de conjunto. (...) Estas sectas, palancas del movimiento en sus orígenes, lo obstaculizan en cuanto las sobrepasa; entonces se vuelven reaccionarias.(...)
Frente a las organizaciones de las sectas fantaseadoras y rivales, la Internacional es la organización real y militante de la clase proletaria en todos los países, ligado entre sí en su lucha común contra los capitalistas y los terratenientes y contra su poder de clase, organizado en el Estado.(...) la Internacional ha visto renacer en su seno secciones sectarias, aunque en una forma poco acentuada. La Alianza, al considerar como un inmenso progreso la resurrección de las sectas, es, en sí misma, una prueba concluyente de que el tiempo de las sectas ha pasado. Pues, mientras las sectas,en su origen, representaban elementos de progreso, el programa de la Alianza, a remolque de un «Mahoma sin Korán», sólo representa un amasijo de ideas de ultratumba, disfrazadas con frases sonoras y que sólo pueden asustar a burgueses idiotas o servir como piezas de convicción contra los internacionalistas a los fiscales de Bonaparte u otros.
La Conferencia, en la que estaban representados todos los matices socialistas, aprobó por aclamación la resolución contra las secciones sectarias, convencida de que esta resolución, al volver a colocar a la Internacional en su verdadero terreno, marcaría una nueva fase en su marcha. Los partidarios de la Alianza, sintiéndose heridos de muerte por esta resolución, la consideraron sencillamente como una victoria del Consejo General sobre la Internacional; victoria, por medio de la cual, según su circular, hizo «que predominara el programa especial» de algunos de sus miembros, «su doctrina personal», «la doctrina ortodoxa», «la teoría oficial, única que tiene derecho de ciudadanía en la Asociación».(...)
La anarquía: he aquí el gran caballo de batalla de su maestro Bakunin, que, de los sistemas socialistas, no ha tomado más que las etiquetas. Todos los socialistas entienden por anarquía lo siguiente: una vez conseguido el objetivo de la clase obrera —la abolición de las clases—, el poder del Estado, que sirve para mantener a la gran mayoría productora bajo el yugo de una minoría explotadora poco numerosa, desaparece y las funciones de gobierno se transforman en simples funciones administrativas. La Alianza toma el rábano por las hojas. Proclama que la anarquía en las filas proletarias es el medio más infalible para romper la potente concentración de fuerzas sociales y políticas que los explotadores tienen en sus manos. Con este pretexto, pide a la Internacional, en el momento en que el viejo mundo trata de aplastarla, que substituya su organización por la anarquía. La policía internacional no pide otra cosa para eternizar la república de Thiers, cubriéndola con el manto imperial (C. Marx y F. Engels. “Sobre las pretendidas escisiones en la Internacional”, 1872)
Como vemos, desde Marx y Engels, el combate del comunismo contra el anarquismo se refiere no “solamente a su actitud ante la guerra imperialista”, sino al conjunto de su programa y objetivos, los cuales ha considerado siempre como una utopía reaccionaria disfrazada de ultrarradicalismo, así como sus métodos de acción y “organización”, los cuales ha considerado siempre como pertenecientes a un sectarismo rebasado ya históricamente. Primero, el “abstencionismo político”, es decir el rechazo a los partidos y a la actividad política, así sea de la clase obrera, predicado por el anarquismo, tiende a alejar a los obreros de la lucha política revolucionaria consciente y mantenerlos en el nivel de las luchas de resistencia espontáneas. Segundo, todos los principios “organizativos” anarquistas como el “federalismo”, la “autonomía” o el “antiautoritarismo”, tienden a provocar la desorganización y dispersión de las fuerzas proletarias, y a minar la tendencia de la clase obrera a construir su organizaciones centralizadas. Tercero, finalmente el objetivo anarquista de la “abolición inmediata del Estado”, se contrapone a la necesidad imperiosa de que el proletariado tome el poder (y por lo tanto a que se prepare, luche y se organice para ello) conduciendo así los impulsos revolucionarios del proletariado a un callejón sin salida, dando a la burguesía la posibilidad de reorganizarse y derrotarlos. Como decían Marx y Engels, la introducción de la doctrina y los métodos anarquistas en las filas obreras es el medio más seguro para “eternizar” al Estado capitalista.
Podemos ver aquí, en qué consiste el “verdadero internacionalismo” de Marx y Engels: en la defensa intransigente de la Internacional, en tanto que “organización real y militantes de la clase obrera de todos los países” que lucha por el derrocamiento de todos los Estados capitalistas y la instauración del poder político de la clase obrera (la dictadura del proletariado), en oposición a los “creadores de sectas”, incluyendo a los anarquistas en primer lugar, que tienden a minarla. Es decir que, para el marxismo revolucionario, el internacionalismo proletario nunca ha sido un mero principio abstracto, ni siquiera es solamente una declaración de estar “en contra de todos los Estados, naciones y guerras imperialistas”. Para el marxismo, el internacionalismo implica el esfuerzo concreto de la clase obrera, por organizarse a escala internacional, para actuar de manera unida y centralizada, asimismo a escala internacional, en dirección de la revolución comunista mundial. Estas dos expresiones concretas del internacionalismo proletario: la organización centralizada de la clase obrera y la lucha por la revolución comunista mundial -a través de la instauración de la dictadura proletaria, son opuestas, antagónicas, a los fundamentos del anarquismo.
El análisis de Marx y Engels sobre el carácter reaccionario y desorganizador del anarquismo se verificó no solamente en relación a la actuación saboteadora de la Alianza de Bakunin en la Internacional, sino también en la lucha de masas del proletariado. Un ejemplo ilustrativo fue el levantamiento en España de 1873, en el cual los anarquistas, colocados al frente del proletariado, tuvieron la oportunidad de poner en práctica sus posiciones y métodos, con resultados desastrosos para la clase. Engels, basado en una investigación que incluía los propios informes de los anarquistas, les hace una mordaz crítica. Por razones de espacio, presentamos aquí sólo las conclusiones:
1. En cuanto se enfrentaron con una situación revolucionaria seria, los bakuninistas se vieron obligados a echar por la borda todo el programa que hasta entonces habían mantenido. En primer lugar, sacrificaron su dogma del abstencionismo político y, sobre todo, del abstencionismo electoral. Luego, le llegó el turno a la anarquía, a la abolición del Estado; en vez de abolir el Estado, lo que hicieron fue intentar erigir una serie de pequeños Estados nuevos. A continuación, abandonaron su principio de que los obreros no debían participar en ninguna revolución que no persiguiese la inmediata y completa emancipación del proletariado, y participaron en un movimiento cuyo carácter puramente burgués era evidente. Finalmente, pisotearon el principio que acababan de proclamar ellos mismos, principio según el cual la instauración de un gobierno revolucionario no es más que un nuevo engaño y una nueva traición a la clase obrera, instalándose cómodamente en las juntas gubernamentales de las distintas ciudades, y además casi siempre como una minoría impotente, neutralizada y políticamente explotada por los burgueses.
2. Al renegar de los principios que habían venido predicando siempre, lo hicieron de la manera más cobarde y más embustera y bajo la presión de una conciencia culpable, sin que los propios bakuninistas ni las masas acaudilladas por ellos se lanzasen al movimiento con ningún programa ni supiesen remotamente lo que querían. ¿Cuál fue la consecuencia natural de esto? Que los bakuninistas entorpeciesen todo movimiento, como en Barcelona, o se viesen arrastrados a levantamientos aislados, irreflexivos y estúpidos, como en Alcoy y Sanlúcar de Barrameda, o bien que la dirección de la insurrección cayera en manos de los burgueses intransigentes, como ocurrió en la mayoría de los casos. Así, pues, al pasar a los hechos, los gritos ultrarrevolucionarios de los bakuninistas se tradujeron en medidas para calmar los ánimos, en levantamientos condenados de antemano al fracaso o en la adhesión a un partido burgués, que, además de explotar ignominiosamente a los obreros para sus fines políticos, los trataba a patadas.
3. Lo único que ha quedado en pie de los llamados principios de la anarquía, de la federación libre de grupos independientes, etc., ha sido la dispersión sin tasa y sin sentido de los medios revolucionarios de lucha, que permitió al Gobierno dominar una ciudad tras otra con un puñado de tropas y sin encontrar apenas resistencia.
4. Fin de fiesta: No sólo la Sección española de la Internacional -lo mismo la falsa que la auténtica- se ha visto envuelta en el derrumbamiento de los intransigentes, y hoy esta Sección -en tiempos numerosa y bien organizada- está de hecho disuelta, sino que, además, se le atribuye todo el cúmulo de excesos imaginarios sin el cual los filisteos de todos los países no pueden concebir un levantamiento obrero; con lo que se ha hecho imposible, acaso por muchos años, la reorganización internacional del proletariado español.
5. En una palabra, los bakuninistas españoles nos han dado un ejemplo insuperable de cómo no debe hacerse una revolución. (F. Engels. “Los bakuninistas en acción”, 1873).
Engels describe la actuación de los anarquistas, la cual se repetirá en sus rasgos generales una y otra vez a lo largo de la historia: Al quedar al frente de un movimiento de masas real, los anarquistas se ven obligados a dejar a un lado o trastocar en lo contrario los principios de su utópico programa: el abstencionismo político se convierte en una intervención política sin dirección ni objetivos precisos; la abolición del Estado se convierte en la formación de muchos pequeños Estados; el antiautoritarismo se convierte en la dispersión del movimiento; finalmente, la falta de objetivos concretos les arroja a marchar detrás de las fuerzas capitalistas bien organizadas, a adherirse a algún partido burgués y a participar en los gobiernos burgueses.
La misma tragedia que sufrió el proletariado en España durante 1873, atenazado entre los partidos burgueses y el anarquismo, se repitió en 1936, pero aumentada en proporciones monstruosas. En ese tiempo, en plena contrarrevolución stalinista, en medio de la derrota más profunda sufrida por el proletariado en su historia, el anarquismo -especialmente el anarcosindicalismo- tuvo, un nuevo auge y logró enrolar amplias masas en varios países. Esto no es extraño, pues el anarquismo tiene su papel en el enrolamiento del proletariado y los campesinos detrás de la burguesía, como lo volvió a hacer en España. Por más que, unidos al coro de las burguesías “republicana” y stalinista, intenten mantener el mito de la “revolución española” -decía la CCI (nuestra “antigua” CCI):
A los anarquistas (...) les cuesta tragar el comportamiento que tuvo la mayor organización de la historia del anarquismo, la que tuvo la influencia más determinante sobre la clase obrera de un país, la CNT de España. Resulta por supuesto difícil reclamarse de la experiencia de una organización que tras decenas de años de propaganda de “acción directa”, de denuncia de cualquier participación al juego parlamentario burgués, de discursos definitivos contra el Estado – contra cualquier forma de Estado –, no fue capaz en el 36 más que de mandar varios consejeros al gobierno de la Generalitat de Cataluña y cuatro ministros al gobierno burgués de la República española. Ministros que no vacilaron en llamar a los obreros a rendir las armas y fraternizar con sus verdugos en cuanto se levantaron contra la policía de ese mismo gobierno (policía controlada por... ¡los estalinistas!). En pocas palabras, cuando los dieron una puñalada trapera. (CCI. Revista Internacional 102, 2000).
Así, pues, el paso de las organizaciones anarquistas al campo del capital no es, en rigor, una “traición” al “verdadero internacionalismo” proletario. Más bien, se trata de la trayectoria “natural” a la que están condenadas las organizaciones anarquistas debido al carácter utópico-pequeñoburgúes de su propio programa y a sus propios métodos de acción y “organización”.
En la “era de las guerras y las revoluciones” el anarquismo encuentra su lugar: al servicio de la burguesía
El periodo de la oleada de la revolución proletaria internacional -que se inaugura propiamente con la revolución rusa de 1905, y tiene su más elevada y triunfante expresión en la de octubre de 1917- marca un viraje definitivo en la historia del anarquismo: la de su bancarrota histórica, en tanto que corriente independiente, “paralela”, pugnando frente al marxismo por erigirse como conciencia de clase del proletariado, como ideología de la revolución proletaria.
La revolución rusa -dice Rosa Luxemburg, refiriéndose a 1905- la misma revolución que constituye la primera experiencia histórica de la huelga general, no solamente no es una rehabilitación del anarquismo sino que es más bien una liquidación histórica del anarquismo. (...) la patria de Bakunin debería convertirse en la tumba de su doctrina. No solamente en Rusia no son los anarquistas los que se encontraron y se encuentran a la cabeza del movimiento de huelga de masas; no solamente la dirección de la acción revolucionaria política y también la de la huelga de masas está enteramente en manos de las organizaciones socialdemócratas combatidas encarnizadamente por los anarquistas como “un partido burgués” o están en manos de organizaciones socialistas más o menos influenciadas por la socialdemocracia (...), sino que los anarquistas no existen en absoluto como tendencia política seria en la revolución rusa. (...) ¿cuál es propiamente el papel jugado por el anarquismo en la revolución rusa? El anarquismo se ha convertido en la bandera de los ladrones y saqueadores vulgares; bajo la razón social del “anarco-comunismo”, se ha cometido una gran parte de los innumerables robos y pillajes (...) El anarquismo, en la revolución rusa, no es la teoría del proletariado combatiente, sino la bandera ideológica de la canalla contrarrevolucionaria, agitándose como un banco de tiburones tras la estela del navío de guerra de la revolución. Y, sin duda, por ello, concluyó la carrera histórica del anarquismo. (R. Luxemburg. “Huelga de masas, partido y sindicatos”, [Cap 1: La revolución rusa, el anarquismo y la huelga de masas]1906).
La revolución de 1917 confirma tal liquidación histórica del anarquismo. En efecto, el marxismo y el anarquismo tenían dos objetivos, dos “propuestas” diferentes sobre “el día siguiente” luego del derrocamiento de la burguesía. El marxismo subrayaba la necesidad de que el proletariado asumiera inicialmente el poder político, para vencer la resistencia del capital (la dictadura del proletariado); el anarquismo, por el contrario quería “abolir inmediatamente cualquier forma de Estado”. La vida real, la lucha de clases, dio la razón al marxismo: la revolución proletaria condujo a la instauración de la dictadura del proletariado, es decir, a la toma violenta del poder por el proletariado, organizado a través de los consejos obreros (organización centralista de la clase) dirigidos políticamente por el partido marxista revolucionario (los bolcheviques).
La revolución de 1917 fue, pues, la antítesis de todas las prédicas del anarquismo. Arrojó al basurero de la historia todo el arsenal anarquista: sus fundamentos teórico políticos (el individualismo, el contrato social) sus objetivos declarados (la “abolición inmediata del Estado”), sus métodos de des-organización (el federalismo, el autonomismo, la acción terrorista individual). La revolución rusa provocó el estallido de las contradicciones inherentes del anarquismo denunciadas por el marxismo durante décadas (el apoliticismo, la negación de la necesidad de la toma del poder político por el proletariado, el rechazo a la organización de clase...), lo que condujo a que esta corriente tuviera un papel prácticamente nulo en la toma del poder por el proletariado (lo cual no dejan de reconocer los propios anarquistas en sus relatos sobre sobre la revolución rusa, no sin un dejo de amargura). Algunos anarquistas “consecuentes” se opusieron incluso a la revolución y los consejos. El resto no tuvo más remedio que “apoyar”, marchar detrás de la revolución. La revolución proletaria dirigida por el partido bolchevique arrastró tras de sí a los anarquistas y a las masas que aún eran influenciados por estos (especialmente los campesinos); y en Rusia y por todo el mundo (hasta México) los anarquistas saludaron inicialmente a la revolución rusa y a los bolcheviques, reconociendo la justeza de su proceder.
Pero ahora, en una reciente serie de artículos sobre el anarquismo en la que desarrolla el punto de vista del artículo “Hace 60 años...” ya citado, la CCI actual expone un punto de vista completamente diferente. Según ésta:
El estallido de la Revolución en Rusia suscita un entusiasmo enorme. El movimiento revolucionario de la clase obrera y la insurrección victoriosa de Octubre de 1917 impulsan a las corrientes proletarias en el seno del anarquismo a situarse en su verdadero lugar. La aportación más fructífera de los anarquistas al proceso revolucionario se concretizó en su colaboración con los bolcheviques. La proximidad política y la convergencia de puntos de vista de los medios anarquistas internacionalistas con el comunismo y los bolcheviques se reforzaron más aún a escala internacional. (CCI. “El anarquismo y la guerra”. Revolution Internationale 402, y Acción Proletaria 208, 2009).
De este modo, en lugar de exponer claramente que el anarquismo fue “derrotado” históricamente en la revolución rusa, que los anarquistas no participaron en la toma del poder por el proletariado en Rusia y que, en la medida en que se sumaron al movimiento lo hicieron en la misma medida en que abandonaron su punto de vista anarquista y adoptaron algunos aspectos del marxismo -en particular el reconocimiento de la necesidad de la dictadura del proletariado-, la CCI actual presenta las cosas completamente al revés: como si el anarquismo hubiera “impulsado” o “aportado” algo a la revolución, ¡prácticamente como si la revolución rusa hubiera sido el producto de la “convergencia” política entre el anarquismo y el bolchevismo! Esta grosera tergiversación de la historia es solamente una concesión oportunista de la actual CCI a los anarquistas, especialmente a los que hoy reivindican a los soviets (consejos) surgidos en Rusia como si hubieran sido una expresión y producto del anarquismo -cuando en realidad los consejos obreros, en tanto que organización ejecutiva y centralizada, creados para la toma del poder- son la antítesis directa de todo el federalismo, autonomismo, abstencionismo político y “abolicionismo” propios del anarquismo.
Así, pues, el anarquismo fue liquidado históricamente a partir de la revolución de 1917 pero, paradójicamente, no desapareció, sino que, una vez más, “volvió a renacer de sus cenizas”. ¿Por qué? Como ha sucedido a lo largo de la historia del movimiento obrero, el resurgimiento del anarquismo tuvo, como uno de sus puntos de apoyo la subsistencia de las condiciones de clase que le vieron nacer, es decir, la proletarización de las capas pequeñoburguesas las cuales introducen su punto de vista de clase individualista en el movimiento obrero, así como la existencia de masas campesinas y proletarias particularmente jóvenes o atrasadas políticamente “inclinadas -como decía Eleanor Marx- a tomar las palabras como hechos, las frases altisonantes como actos, y la furia como actividad revolucionaria”. Pero, además, y este es el aspecto fundamental, al retroceder la oleada de la revolución internacional, el resurgimiento del anarquismo se deberá no ya a sus utópicas teorías “ultrarradicales”, ni a sus intrigas organizativas, sino principalmente al haberse enganchado a la victoria de la contrarrevolución stalinista y, de manera más general, a las victorias y al dominio ideológico de la burguesía sobre el proletariado, al haberse convertido en “furgón de cola” de la burguesía (lo cual, a final de cuentas no es sino otra expresión de su misma bancarrota histórica).
Después de la toma del poder por el proletariado en Rusia, los comunistas marxistas entendían claramente que la suerte de la revolución proletaria se jugaba en su capacidad de extenderse victoriosamente hacia otros países, particularmente a los del “corazón” del capitalismo, de Europa occidental. Y, asimismo, entendían -al analizar y criticar las crecientes dificultades con que se tropezaba la revolución y los errores de los bolcheviques- que, fuera cual fuera el resultado final de esta batalla entre las dos clases antagónicas, la revolución rusa quedaba ya, para siempre, como la prueba histórico-práctica de la posibilidad y capacidad del proletariado, para derrocar al Estado capitalista, instaurar su propio poder, y abrir una época hacia la eliminación definitiva del capitalismo y la construcción del comunismo. La revolución rusa abría al proletariado mundial una perspectiva práctica hacia donde encaminar su movimiento, un método de actuar y una forma de organización.
El destino de la revolución en Rusia -escribía Rosa Luxemburg, desde la cárcel en 1918- dependía totalmente de los acontecimientos internacionales. Lo que demuestra la visión política de los bolcheviques, su firmeza de principios y su amplia perspectiva es que hayan basado toda su política en la revolución proletaria mundial.
(...) Pero hay que distinguir en la política de los bolcheviques lo esencial de lo no esencial, el meollo de las excrecencias accidentales. En el momento actual, cuando nos esperan luchas decisivas en todo el mundo, la cuestión del socialismo fue y sigue siendo el problema más candente de la época. No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: “¡Yo osé!”
Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al “bolchevismo”. (Rosa Luxemburg, “La revolución rusa”, [cap 8: Democracia y dictadura]1918).
Y, efectivamente, a pesar de que el proletariado llevó a cabo, en cantidad de países, heroicos esfuerzos para extender la revolución, la derrota del movimiento en Alemania -donde se concentraba el principal destacamento proletario- dio un vuelco al curso de los acontecimientos, abriéndose un curso contrarrevolucionario que llevaría progresivamente a la degeneración de los partidos comunistas y de la propia revolución en Rusia, la que para mediados de los años 20 concluiría en la instauración del régimen stalinista. De cualquier modo, a partir de entonces, la defensa de la revolución de 1917, como la realización práctica más elevada -hasta ahora- de la revolución proletaria, como el “modelo” a partir del cual el proletariado deberá relanzar su movimiento revolucionario (obviamente, superando sus limitaciones o errores), se ha convertido prácticamente en una frontera de clase. Es por ello, por ejemplo, que la “aceptación de la revolución de octubre como revolución proletaria” fue uno de los criterios de participación en las conferencias de la izquierda comunista de finales de los años 1970. Y, por cierto esta defensa incluye asimismo el reconocimiento de la necesidad de la dirección política de un partido mundial de la vanguardia marxista revolucionaria:
La organización de los revolucionarios (cuya forma más avanzada es el partido) es un órgano necesario que la clase se da para el desarrollo de la toma de conciencia de su porvenir histórico y para la orientación política de sus combates hacia ese porvenir. Por ello, la existencia del partido y su actividad constituyen una condición indispensable para la victoria final del proletariado. (...) La naturaleza necesariamente mundial y centralizada de la revolución proletaria confiere al partido de la clase obrera ese mismo carácter mundial y centralizado por lo que las fracciones o grupos que trabajan por su reconstrucción tienden necesariamente hacia una centralización mundial. (Plataforma Política de la Corriente Comunista Internacional, 1976).
Vemos aquí, nuevamente la expresión concreta del internacionalismo proletario, pero en una fase aún más elevada del movimiento: Según la vieja CCI, y el marxismo en general, la naturaleza mundial y centralizada de la revolución confiere al partido ese mismo carácter mundial y centralizado.
En tal sentido, el marxismo revolucionario -representado a partir de entonces solamente por los grupos de la Izquierda comunista que brotaron ante la degeneración de la Internacional comunista- debió incluir entre sus tareas para extraer, guardar y defender las lecciones de la oleada revolucionaria, el proseguir el permanente combate contra el anarquismo, si bien ahora en condiciones más difíciles y desventajosas, ya que en adelante el anarquismo sacaría provecho, recibiría un apoyo directo de las monstruosas campañas ideológicas de la burguesía con miras a aplastar, mistificar y borrar de la memoria de las masas proletarias al marxismo, a la revolución rusa, a la dictadura del proletariado, es decir a todo lo que había amenazado, por un corto periodo, pero de manera real y efectiva, la subsistencia del propio capitalismo.
Así, con el reflujo de la oleada revolucionaria, los anarquistas olvidaron sus “simpatías” (su “convergencia” como dice la CCI actual) hacia el marxismo y el bolchevismo, tan rápido como la habían declarado anteriormente. Especialmente, en lugar de asimilar la “clave” para el futuro del movimiento proletario: es decir, la comprensión de la imposibilidad para el proletariado de resistir en el poder en un solo país por mucho tiempo, y por tanto la necesidad de extender la revolución a escala internacional, en lugar de ello, los anarquistas volvieron a sacar del basurero sus antiguallas contra el “autoritarismo” y la “centralización” (es decir contra la organización de la clase), sobre lo “perjudicial de todos los partidos” (incluidos los revolucionarios comunistas en primer lugar), y sobre lo nefasto de la “dictadura del proletariado” (¡cuyo mejor ejemplo sería... la revolución rusa!) la que sería en realidad solamente la dictadura de unos cuantos jacobinos-burgueses-autoritarios tipo Lenin y Trotsky opuestos a los consejos (que, en cambio, serían un ejemplo de anarquismo). En este terreno, el anarquismo no era sino el eco de la rabiosa campaña de la burguesía para enlodar y desprestigiar a la revolución.
Finalmente, durante la segunda guerra mundial, la corriente anarquista, la mayoría de sus diferentes grupos, adoptó una actitud “social-patriota”, es decir participó activamente en la guerra... del lado de “sus” propias burguesías, lo cual no era otra cosa que la reafirmación de de que el anarquismo se había integrado -como los partidos socialistas y comunistas de ese tiempo- al campo del capital y que, en la medida de sus fuerzas, arrastraban al proletariado a la carnicería imperialista. De allí que los escasas y débiles publicaciones de la izquierda comunista, sobrevivientes a este obscuro periodo (tales como Bilan o Internationalisme), a pesar de todas las dificultades que encontraban, no cesaban en su constante combate, denuncia y deslinde también frente a la actividad de los anarquistas de esa época:
Al reflexionar sobre los grupos a los que habría que invitar a las próximas Conferencias, -subraya el informe de Internationalisme de 1947- pusimos de relieve el papel social-patriotero del movimiento anarquista que, a pesar de su fraseología revolucionaria, participó durante la guerra de 39-45 en la lucha partisana por la ’liberación nacional y democrática’ en Francia, en Italia y actualmente todavía en España, continuación lógica de su participación en el gobierno burgués ’republicano y antifascista’ y en la guerra imperialista en España de 36-39.
Nuestra posición, o sea que el movimiento anarquista, así como los trotskistas u otras tendencias que participaron o participan en la guerra imperialista en nombre de la defensa de un país (de la URSS) o de una forma de dominación burguesa contra otra (defensa de la República o de la democracia contra el fascismo) no tienen sitio en una conferencia de grupos revolucionarios, fue apoyada por la mayoría de los participantes. (GCF, Internationalisme 23, 1947).
Nuevamente, vemos aquí que no se trata de un “desliz” o “traición” al internacionalismo por parte de algunos elementos o grupos anarquistas -como lo hace ver la actual CCI-, sino de un proceso histórico de paso del conjunto de la corriente, del movimiento anarquista, al campo del capital, a través de una serie de acontecimientos de importancia histórica mundial: su participación en un gobierno burgués, su participación en el aplastamiento de una insurrección proletaria y, finalmente, su participación en el enganche del proletariado en la guerra imperialista mundial. (...)
GIIC, 2011.
(Publicado en http://igcl.org : 9 de septiembre de 2014)