Revolución o Guerra n°4

(Septiembre 2015)

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Teoría Marxista y Táctica Revolucionaria (Anton Pannekoek, 1912, extractos)

El texto de Anton Pannekoek cuyos extractos presentamos aquí es de 1912. Se coloca en pleno debate sobre la huelga – acción – de masa en el seno del partido socialdemócrata alemán y responde a Kautsky. Él también tomó posición, pero de manera formal, contra la corriente de derecha de la socialdemocracia alemán y la burocracia sindical quienes rechazan cualquier acción “ espontánea ” o bajo la iniciativa de las masas. A partir de la revolución rusa del 1905, Rosa Luxemburg define la huelga de masa como « una forma universal de la lucha de clase proletaria determinada por el estado actual del desarrollo capitalista y de las relaciones de clase ». Para nosotros, esto queda todavía completamente valido un siglo más tarde y la huelga de masa, como proceso, aún queda hoy en día la forma universal de la lucha obrera. Para Kautsky y la corriente centrista detrás él, la acción de masa no puede ser utilizada sino excepcionalmente ; por ejemplo en caso que la burguesía hiciera un golpe de Estado ante la llegada al poder de la socialdemocracia por medio de las elecciones. A esto responde Pannekoek cuando critica el método que Kautsky utiliza en su argumentación y cuando presenta el método marxista para entender la lucha de clases y comprender su dinámica.

Pues esta discusión es particularmente de actualidad hoy entre los revolucionarios y viene enriquecer el debate que este numero de la nuestra revista quiere desarrollar sobre el planteamiento que debemos tener sobre la situación histórica actual, el curso histórico y la dinámica de las luchas obreras. Claro, le toca al lector recordar que unos argumentos vienen determinados por el hecho que el proletariado todavía dispone en aquel periodo de organizaciones políticas, su partido, y sindicales de masa lo cual no es el caso hoy en día.

Por fin, es particularmente interesante destacar la última parte de este texto. En efecto, en 1912, Pannekoek, miembro del partido socialista alemán, defiende que el partido es « el representante y dirigente del proletariado entero ». Lejos del Pannekoek “ consejista ” y anti-partido de los años 1930-1940, el Pannekoek de aquel entonces se ubica al lado de Rosa Luxemburg y de Lenin no solamente sobre la cuestión de la acción de masa ante la guerra, sobre el internacionalismo proletario durante la guerra, sobre la insurrección obrera y la dictadura del proletariado en 1917 en Rusia, pero también sobre el partido como órgano de dirección política del proletariado.

El pasaje siguiente es elocuente sobre el método y la finalidad de la lucha de clase revolucionaria y lo hacemos nuestro : « la revolución es un proceso cuyas primeras fases estamos experimentando ahora, pues es sólo mediante la lucha por el poder mismo como las masas pueden agruparse, instruirse y constituirse en una organización capaz de tomar el poder. » (Anton Pannekoek).

Teoría Marxista y Táctica Revolucionaria (Anton Pannekoek, 1912, extractos)

Durante varios años atrás, un profundo desacuerdo táctico ha estado desarrollándose en una serie de cuestiones entre aquéllos que habían compartido previamente un terreno común como marxistas, y habían luchado juntos contra el revisionismo en nombre de la táctica radical de la lucha de clases. Vio la luz por primera vez en 1910, en el debate entre Kautsky y Luxemburg sobre la huelga de masas; luego vino la disensión sobre el imperialismo y la cuestión del desarme; y finalmente, con el conflicto sobre el pacto electoral realizado por el ejecutivo del Partido y la actitud a ser adoptada hacia los liberales, los problemas más importantes de la política parlamentaria se convirtieron en el sujeto de la disputa.
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La fuente de los recientes desacuerdos tácticos se ve claramente: bajo la influencia de las formas modernas del capitalismo, se han desarrollado nuevas formas de acción en el movimiento obrero, o sea, la acción de masas. Cuando inicialmente hicieron su aparición, fueron bienvenidas por todos los marxistas y fueron aclamadas como un signo de desarrollo revolucionario, un producto de nuestra táctica revolucionaria. Pero, en la medida que el potencial práctico de la acción de masas se desarrollaba, empezó a plantear nuevos problemas; la cuestión de la revolución social, hasta ahora una meta última distante e inalcanzable, se convertía ahora en un problema vivo para el proletariado militante, y las tremendas dificultades implícitas se hicieron claras para todos, casi como una materia de experiencia personal. Esto dio lugar a dos tendencias de pensamiento: una asumía el problema de la revolución, y analizando la efectividad, importancia y potencial de las nuevas formas de acción, buscaba asir cómo el proletariado sería capaz de cumplir su misión; la otra, como encogiéndose ante la magnitud de esta perspectiva, andaba a tientas entre las viejas formas de acción parlamentarias, en busca de tendencias que harían posible posponer por ahora el emprender la tarea. Los nuevos métodos del movimiento obrero han dado lugar a una escisión ideológica entre aquéllos que previamente defendían las tácticas de partido marxistas radicales.

En estas circunstancias, es nuestro deber como marxistas clarificar las diferencias hasta donde sea posible por medio de la discusión teórica. Esto es por lo que, en nuestro artículo “Acción de masas y Revolución”, perfilamos el proceso de desarrollo revolucionario como una inversión de las relaciones de poder de clase para proporcionar una exposición básica de nuestra perspectiva, e intentamos clarificar las diferencias entre nuestras visiones y aquéllas de Kautsky en una crítica de dos artículos suyos.
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Es acerca de la naturaleza de esta revolución en lo que nuestras visiones divergen. Por lo que respecta a Kautsky, ésta es un acontecimiento del futuro, un apocalipsis político, y todo lo que tenemos que hacer entretanto es prepararnos para la confrontación final juntando nuestras fuerzas y agrupando e instruyendo a nuestras tropas. En nuestra visión, la revolución es un proceso cuyas primeras fases estamos experimentando ahora, pues es sólo mediante la lucha por el poder mismo como las masas pueden agruparse, instruirse y constituirse en una organización capaz de tomar el poder. Estas concepciones diferentes conducen a evaluaciones completamente diferentes de la práctica actual; y está claro que el rechazo de los revisionistas a cualquier acción revolucionaria y el aplazamiento de Kautsky de la misma a un futuro indedeterminado se enlazan para unirles en muchos de los problemas actuales sobre los cuales ambos se nos oponen.
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Clase y masas

Nosotros argumentábamos que el camarada Kautsky se había dejado en casa sus herramientas analíticas marxistas en su análisis de la acción de las masas, y que la insuficiencia de su método se hacía presente desde el momento en que fallaba a llegar a una conclusión definida. (...)

Si, en el análisis de un fenómeno, encuentras que asume varias formas y es completamente imprevisible, eso meramente demuestra que no has encontrado la base real que lo determina. Si, después de estudiar la posición de la luna, por ejemplo, alguien “llegó a la conclusión muy definida” de que a veces aparece en el noroeste, a veces en el sur y a veces en el oeste, de un modo completamente arbitrario e imprevisible, entonces todos diríamos correctamente que ese estudio fue infructuoso —aunque pueda ser, por supuesto, que la fuerza en funcionamiento no pueda ser identificada todavía—. El investigador habría merecido solamente la crítica si hubiese ignorado completamente el método de análisis que, como sabía perfectamente bien, era el único que podría producir resultados en ese campo.

Así es como Kautsky trata la acción de masas. Él observa que las masas han actuado de diferentes maneras históricamente, a veces en un sentido reaccionario, a veces en un sentido revolucionario, a veces permaneciendo pasivas, y llega a la conclusión de que uno no puede construir sobre este cimiento cambiante e imprevisible. ¿Pero qué nos dice la teoría marxista? Que, más allá de los límites de la variación individual —o sea, en lo que atañe a las masas—, las acciones de los hombres están determinadas por su situación material, sus intereses y las perspectivas que surgen de los últimos y que éstos, haciendo concesiones por el peso de la tradición, son diferentes para las diferentes clases. Si vamos a comprender el comportamiento de las masas, entonces debemos hacer distinciones claras entre las diversas clases: las acciones de una masa lumpenproletaria, una masa campesina y una masa proletaria moderna serán completamente diferentes. Por supuesto, Kautsky no podría llegar a ninguna conclusión disponiéndolas todas juntas indiscriminadamente; la causa de su fracaso para encontrar una base para la predicción, sin embargo, no descansa en el objeto de su análisis histórico, sino en la inadecuación de los métodos que ha usado.
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... cuenta a las esposas de los obreros organizados como pertenecientes a los veintisiete millones no organizados, y en segundo lugar porque niega el carácter de clase proletario de aquellos obreros que no están organizados o que todavía no han desechado las tradiciones burguesas. Nosotros, por consiguiente, volvemos a enfatizar que lo que cuenta en el desarrollo de estas acciones, en las que los intereses y pasiones más profundos de las masas salen a la superficie, no es el número de miembros de la organización ni la ideología tradicional, sino en una magnitud siempre creciente el carácter de clase real de las masas.

Ahora se vuelve clara qué relación guardan nuestros métodos entre sí. Kautsky denuncia mi método como “marxismo supersimplificado”; yo estoy afirmando, una vez más, que el suyo no es ni supersimplificado ni supersofisticado, sino no marxista en absoluto. Cualquier ciencia que busque investigar un área de la realidad debe empezar por la identificación de los factores principales y de las fuerzas subyacentes básicas en su forma más simple; esta primera imagen simple es entonces rellenada, mejorada y hecha más compleja en cuanto se proporcionan para corregirla los detalles adicionales, las causas secundarias y las influencias menos directas, de modo que se aproxime cada vez más estrechamente a la realidad. Permítasenos tomar como ilustración el análisis de Kautsky de la gran revolución francesa. Aquí encontramos como una primera aproximación la lucha de clases entre la burguesía y las clases feudales; un contorno de estos factores principales, cuya validez general no puede cuestionarse, podría describirse como “marxismo supersimplificado”. En su folleto de 1889, Kautsky analizaba las subdivisiones dentro de esas clases, y pudo así mejorar y ahondar significativamente este primer esbozo simple. El Kautsky de 1912, sin embargo, mantendría que no había ningún tipo de unidad a respecto del carácter de las masas abigarradas que componían el Tercer Estado contemporáneo; y que sería vano esperar de él acciones y resultados definidos. Así es cómo está el asunto en este caso —excepto que la situación es más complicada porque involucra el futuro, y las clases de hoy tienen que ensayar y localizar las fuerzas que lo determinan—. Como primera aproximación orientada a conseguir una perspectiva general inicial, debemos volver al rasgo básico del mundo capitalista, la lucha entre la burguesía y proletariado, las dos clases principales; intentamos perfilar el proceso de revolución como un desarrollo de las relaciones de poder entre ellas. Somos, por supuesto, perfectamente bien conscientes de que la realidad es mucho más compleja, y que quedan muchos problemas por ser resueltos antes de que la comprendamos: debemos en cierta medida esperar las lecciones de la práctica para hacerlo. La burguesía no es una clase más unificada que el proletariado; la tradición todavía influye en ambos; y entre la masa del pueblo están también los lumpenproletarios, los pequeños burgueses y los empleados clericales cuyas acciones están inevitablemente determinadas por sus situaciones de clase particulares. Pero una vez que sólo forman mezclas insuficientemente importantes para oscurecer el carácter básico proletario-asalariado de las masas, lo anterior es meramente un calificativo que no refuta el contorno inicial, sino que lo elabora.
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El marxismo y el papel del Partido

En conclusión, unas pocas palabras más sobre la teoría. Éstas son necesarias porque Kautsky indica, de vez en cuando, que nuestro trabajo se sale de la concepción materialista de la historia, la base del marxismo. En un lugar describe nuestra concepción de la naturaleza de la organización como espiritualismo malamente adecuado para un materialista. En otra ocasión, adopta nuestra visión de que el proletariado debe desarrollar su poder y su libertad “en constante ataque y avance”, en una lucha de clases escalando de un compromiso a otro, como si dijera que el ejecutivo del Partido tiene que “instigar” la revolución.

El marxismo explica todas las acciones históricas y políticas de los hombres en términos de sus relaciones materiales, y en particular sus relaciones económicas. Una recurrente concepción errónea y burguesa nos acusa de ignorar el papel de la mente humana en esto, y de hacer del hombre un instrumento muerto, un títere de las fuerzas económicas. Nosotros insistimos, a su vez, en que el marxismo no elimina la mente. Todo lo que motiva las acciones de los hombres lo hace a través de la mente. Sus acciones están determinadas por su voluntad, y por todos los ideales, principios y motivos que existen en la mente. Pero el marxismo mantiene que el contenido de la mente humana no es otra cosa, nada, sino un producto del mundo material en el que el hombre vive, y que las relaciones económicas, por consiguiente, sólo determinan sus acciones mediante sus efectos sobre su mente y la influencia sobre su voluntad. La revolución social solamente sigue al desarrollo del capitalismo porque la conmoción económica transforma primero la mente del proletariado, dotándola de un nuevo contenido y dirigiendo la voluntad en este sentido. Justo como la actividad socialdemócrata es la expresión de una nueva perspectiva y una nueva determinación instilandose en la mente del proletariado, así la organización es una expresión y consecuencia de una profunda transformación mental en el proletariado. Esta transformación mental es el término de mediación mediante el que el desarrollo económico conduce al acto de la revolución social. No puede haber ciertamente ningún desacuerdo entre Kautsky y nosotros en que éste es el papel que el marxismo atribuye a la mente.

Y todavía incluso en relación con esto nuestras visiones difieren; no en la esfera de lo abstracto, la formulación teórica, sino en nuestro énfasis práctico. Sólo cuando se toman juntas, las dos declaraciones “Las acciones de los hombres están enteramente determinadas por sus relaciones materiales” y “Los hombres deben hacer ellos mismos su historia a través de sus propias acciones” forman la visión marxista en su conjunto. La primera excluye la noción arbitraria de que una revolución puede hacerse a voluntad; la segunda elimina el fatalismo, que nos tendría simplemente a la espera hasta que la revolución acaeciera por su propia cuenta a través de alguna perfecta fruición del desarrollo. Mientras ambas máximas son correctas en términos teóricos, reciben necesariamente grados diferentes de énfasis en el curso del desarrollo histórico. Cuando el Partido está floreciendo inicialmente y debe, antes de cualquier otra cosa, organizar al proletariado, viendo su propio desarrollo como el objetivo primario de su actividad; la verdad encarnada en la primera máxima le proporciona la paciencia para el lento proceso de construcción, el sentido de que el tiempo de golpes políticos (putsches) prematuros está pasado y la certeza tranquila de la victoria final. En este período, el marxismo asume un carácter predominantemente histórico-económico; es la teoría de que toda la historia está económicamente determinada, y hace vibrar en nosotros la comprensión de que debemos esperar que las condiciones maduren. Pero, cuanto más se organiza el proletariado en un movimiento de masas capaz de una intervención fuerte en la vida social, más está obligado a desarrollar el sentido de la segunda máxima.

El conocimiento alcanza ahora que la cuestión no es simplemente interpretar el mundo, sino transformarlo. El marxismo se convierte ahora en la teoría de la acción proletaria. Las cuestiones de cómo precisamente el espíritu y la voluntad del proletariado se desarrollan bajo la influencia de las condiciones sociales y cómo las diversas influencias lo moldean, entra ahora en el primer plano; el interés por el lado filosófico del marxismo y por la naturaleza de la mente viene ahora a la vida. Dos marxistas influenciados por estas diferentes fases se expresarán, por consiguiente, ellos mismos de modo diferente, uno acentuando principalmente la naturaleza determinada de la mente, el otro su papel activo; ambos llevarán sus verdades respectivas a la batalla el uno contra el otro, aunque ambos rinden homenaje a la misma teoría marxiana.

Desde el punto de vista práctico, sin embargo, este desacuerdo adquiere otro cariz. Nosotros estamos enteramente de acuerdo con Kautsky en que un individuo o grupo no puede hacer la revolución. Igualmente, Kautsky estará de acuerdo con nosotros en que el proletariado debe hacer la revolución. Pero, ¿cómo están las cosas a respecto del Partido, que es un término medio, por un lado un amplio grupo que decide conscientemente que acción tomará, y por el otro el representante y dirigente del proletariado entero? ¿Cuál es la función del Partido?

Con respecto a la revolución, Kautsky lo sitúa como sigue en su exposición de su táctica:
La utilización de la huelga general política, pero sólo en casos excepcionales, extremos, cuando las masas ya no pueden ser refrenadas.”

Así, el Partido tiene que detener a las masas mientras puedan ser retenidas; mientras sea posible de algún modo, debe considerar su función como matener a las masas plácidas, refrenarlas de tomar la acción; sólo cuando esto ya no es posible, cuando la indignación popular está amenazando con reventar todo constreñimiento, él abre las compuertas y si es posible se pone él mismo a la cabeza de las masas. Los papeles se distribuyen, de este modo, de tal manera que toda la energía, toda la iniciativa en la que la revolución tiene sus orígenes debe venir de las masas, mientras que la función del Partido es detener esta actividad, inhibirla, contenerla mientras sea posible. Pero la relación no puede ser concebida de este modo. Ciertamente, toda la energía proviene de las masas, cuyo potencial revolucionario se despierta por la opresión, la miseria y la anarquía, y quienes mediante su revuelta deben entonces abolir la hegemonía del capital. Pero el Partido les ha enseñado que los arranques desesperados por parte de individuos o grupos individuales son vanos, y que el éxito sólo puede lograrse a través de la acción colectiva, unitaria, organizada. Ha disciplinado a las masas y las ha refrenado de diseminar infructuosamente su actividad revolucionaria. Pero esto, por supuesto, es sólo un aspecto, el aspecto negativo de la función del Partido; debe mostrar simultáneamente en términos positivos cómo estas energías pueden ponerse a trabajar de una manera diferente, productiva, y enseñar el camino para hacerlo.

Las masas, por así decirlo, transfieren parte de su energía, su propósito revolucionario, a la colectividad organizada, no para que se disipe, sino para que el Partido pueda utilizarla como su voluntad colectiva. La iniciativa y potencial para la acción espontánea que las masas entregan no se pierde de hecho al hacer esto, sino que reaparece en otra parte y en otra forma como la iniciativa y potencial del Partido para la acción espontánea; tiene lugar una transformación de la energía respecto a como era. Incluso cuando la indignación más feroz alumbra entre las masas —sobre el creciente coste de la vida, por ejemplo— ellas permanecen en calma, pues confían al Partido convocarlas para actuar de tal modo que su energía sea utilizada de la manera más apropiada y más exitosa posible.

La relación entre las masas y el Partido no puede, por lo tanto, ser como Kautsky la ha presentado. Si el Partido viese su función como refrenar a las masas de la acción mientras pudiese hacerlo, entonces la disciplina de partido significaría una pérdida para las masas de su iniciativa y potencial para la acción espontánea, una pérdida real, y no una transformación de la energía. La existencia del Partido reduciría entonces la capacidad revolucionaria del proletariado más que incrementarla. No puede simplemente sentarse y esperar hasta que las masas asciendan espontáneamente a pesar de haberle confiado parte de su autonomía; la disciplina y confianza en la dirección del Partido que mantiene a las masas calmadas lo coloca bajo una obligación de intervenir activamente y dar él mismo a las masas la llamada a la acción en el momento correcto. Así, como ya hemos argumentado, el Partido tiene efectivamente el deber de instigar la acción revolucionaria, porque él es el portador de una parte importante de la capacidad de acción de las masas; pero no puede hacerlo como y cuando le agrade, pues no ha asimilado la voluntad entera del proletariado entero, y no puede, por lo tanto, mandarle como a una tropa de soldados. Debe esperar el momento correcto: no hasta que las masas no esperen más y estén ascendiendo por su cuenta, sino hasta que las condiciones despierten tal sentimiento en las masas que la acción a gran escala tenga una oportunidad de éxito.

Éste es el modo en que, en la doctrina marxista, se comprende que, aunque los hombres estén determinados e impelidos por el desarrollo económico, hacen su propia historia. El potencial revolucionario de la indignación despertada en las masas por la naturaleza intolerable del capitalismo no debe quedar inexplotado y ser perdido por eso; ni debe dispersarse en arranques desorganizados, sino hecho apto para el uso organizado en la acción instigada por el Partido con el objetivo de debilitar la hegemonía de capital. Es en estas tácticas revolucionarias que la teoría marxista se convertirá en realidad.

Anton Pannekoek, Teoría marxista y táctica revolucionaria, 1912, www.marxists.org.

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